La Crónica de Hoy
29 de noviembre de 2006
Ruy Pérez Tamayo
Escribo estas líneas un par de semanas antes de que Felipe Calderón, el Presidente electo de nuestro país para el sexenio 2006-2012, tome posesión de su alto cargo. La comunidad científica mexicana a la que pertenezco (numéricamente minúscula, somos entre 20 y 40 veces menos de los que deberíamos ser, para que México fuera un país desarrollado) comparte con otros sectores de la sociedad una profunda y preocupante expectativa. Realmente todavía no tenemos la menor idea de lo que va a pasar con la ciencia en nuestro país a partir del día 1º de diciembre de este año (ni tampoco de lo que va a pasar en el recinto legislativo ese mismo día).
La ausencia de elementos para anticipar nuestro futuro inmediato (durante la prolongadísima campaña política que precedió a las elecciones del 2 de julio, ninguno de los candidatos se refirió en forma no digamos inteligente sino ni siquiera coherente, a la ciencia) autoriza la consideración de dos escenarios posibles para la ciencia en México en el próximo sexenio. Ellos son: 1) más de lo mismo, o sea la continuación de la misma política de indiferencia (cuando no de abandono) que caracterizó al gobierno del Presidente Fox en relación con la ciencia mexicana, dada su predilección por la tecnología y su profunda ignorancia (y la de sus funcionarios) sobre la importancia del apoyo a la ciencia para el desarrollo no sólo de la tecnología sino también de la cultura del país; 2) apoyo todavía menor a la ciencia que en el sexenio 2000-2006, una posibilidad real no sólo por la ignorancia de las autoridades responsables de proporcionarlo sino también por la presencia cada vez más prominente de la Iglesia Católica como un poder político de gran peso, que ha persistido desde hace mucho tiempo en usar a las Sagradas Escrituras para promover sus intereses seculares (que incluyen no sólo el control de la conciencia de los creyentes sino también su influencia en la legislación sobre temas de gran importancia social, como el aborto, la eutanasia, la fertilización in vitro, la profilaxis del SIDA por medio del uso del condón, la clonación terapéutica, y otros más).
Aunque el panorama de la ciencia en nuestro país en el próximo sexenio político no se vislumbra como favorable, la comunidad científica mexicana está preparada para enfrentarlo y sobrevivir. Lo ha hecho con éxito desde que la historia de la ciencia en México empezó a transformarse en tradición, lo que ocurrió hace realmente muy poco tiempo, no más de unos 70 años. La historia de la ciencia en nuestro país se inicia muy poco tiempo después de su fundación como la Nueva España, a principios del siglo XVI, pero durante casi 4 siglos sólo estuvo representada por unos cuantos personajes venerables pero aislados, no sólo en el espacio sino en el tiempo. La tradición científica en México no empieza sino hasta mediados del siglo XX, cuando se inicia la formación de grupos de investigadores (primero en física, en fisiología, en astronomía y en otras pocas disciplinas, a las que se fueron sumando otras nuevas) que formaron las primeras escuelas de sus especialidades, la mayor parte favorecidas por la creación de la Ciudad Universitaria de la UNAM, en 1952. Unos cuantos años antes el país había reconocido la necesidad de contar con investigadores científicos de tiempo completo (los primeros nombramientos de este tipo se dieron en el Instituto de Salubridad y Enfermedades Tropicales, en 1939). En la UNAM el Consejo Universitario aprobó la figura de investigador de tiempo completo y de medio tiempo en 1954, aunque pocos años antes ya había contratado a unos cuantos científicos en esas categorías. La Academia de la Investigación Científica (precursora de la actual Academia Mexicana de Ciencias) apenas se fundó en 1959. Cuando este organismo cumplió sus primeros 40 años de vida, el Dr. Guillermo Carvajal Sandoval, quien fuera su presidente en el bienio-1978-1979, señaló lo siguiente:
¡Hace cuarenta años —cuando se fundó la Academia de la Investigación Científica— a los investigadores científicos se les consideraba personas desubicadas y carentes de capacidad para trabajar profesionalmente en el área de su licenciatura. Hubo quienes los consideraron tarados sociales. Se llegó al extremo de que algunas autoridades ¡educativas! prohibieran hacer investigaciones en las instituciones que otorgaban títulos profesionales, y muchos — como en mi caso— tuvimos que hacerla en forma subrepticia.!
La creación de Conacyt, en 1970, surgió por la recomendación del INIC, establecido en 1943 por el entonces presidente, Manuel ívila Camacho y que desde entonces había contado con un presupuesto mínimo, que sólo alcanzaba para dar unas cuantas becas anuales. Es un hecho conocido que el objetivo del presidente Echeverría al fundar el Conacyt tenía muy poco que ver con el apoyo al desarrollo de la ciencia y la tecnología en el país, y mucho con su deseo de restablecer el diálogo del gobierno federal con la comunidad universitaria en general y científica en especial, roto a partir de la represión bárbara del movimiento del 68.
El único centro público dedicado a la investigación científica no dirigida establecido por el gobierno de nuestro país durante todo el siglo XX fue el Cinvestav, en 1961. Debe señalarse que este centro fue originalmente planeado como una escuela de graduados del IPN, y que gracias a la visión y a la autoridad de Arturo Rosenblueth, quien fue su primer director, la estructura y los objetivos del centro se cambiaron por completo, para convertirlo en lo que actualmente es, una institución científica del más alto nivel de excelencia y con un prestigio internacional. Todas las demás instituciones públicas creadas por México en el siglo pasado con posibilidades de realizar investigación científica tuvieron tareas específicas y/o funciones de enseñanza.
A pesar del desinterés y mínimo apoyo que la ciencia ha tenido por parte del gobierno federal, los científicos mexicanos no sólo no nos hemos extinguido sino que hemos logrado establecer una comunidad académica, pequeña pero estable y productiva. Y esto lo hemos logrado por nuestra propia iniciativa, trabajando con tenacidad y superando las carencias con motivación renovada. Sería iluso esperar que las nuevas autoridades federales cambien repentinamente la política ya tradicional de inatención al desarrollo científico del país. Creo que lo más realista es esperar que la situación siga igual o hasta empeore un poco, ya que el Presidente electo Calderón no se ha dignado referirse para nada a la ciencia, mientras que sí ha hablado de la unidad nacional, de la creación de empleos, del desarrollo económico, del apoyo al campo, etc. Si es así, la comunidad científica mexicana ya sabe que su función más importante por ahora es sobrevivir, mantener viva la presencia de la investigación científica en las instituciones públicas (las instituciones privadas no parecen tener interés alguno en el desarrollo de la ciencia), seguir educando a los pocos estudiantes interesados en seguir una carrera académica en las distintas ciencias, y esperar a que la sociedad adquiera la conciencia de la necesidad del desarrollo científico vigoroso para alcanzar mejores niveles de vida. Este parece haber sido el mecanismo que le permitió a la ciencia mexicana sobrevivir durante la segunda mitad del siglo XX, y quizá sea el que la promueva cada vez más y mejor en el siglo XXI. Dada la brevedad de la tradición científica en nuestro país, que de sólo tener una historia de la ciencia relativamente débil hasta 1950, en sólo medio siglo ha logrado generar una comunidad estable y productiva, se justifica una postura optimista.
*Profesor Emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México
Miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua
Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias (CCC)
consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx