Campus Milenio
23 de noviembre de 2006
José Antonio de la Peña*
En esta materia, México no escapa a los vaivenes y humores que los rituales cíclicos denominados «cambios de gobierno» establecen en prácticamente gran parte de los temas de interés público, Frente a este panorama, el académico del Instituto de Matemáticas de la UNAM analiza las propuestas que cada sexenio se presentan al próximo presidente de la República y apuesta a que «un apoyo real a la ciencia puede significar la diferencia para el futuro del país»
Hay rituales cíclicos que en México siguen de cerca al Gran Ritual del cambio de gobierno. Me refiero a los individuos y las agrupaciones ciudadanas que buscan acercarse a los ungidos o, de perdida, a colaboradores o amigos de éstos, con el propósito de presentar el caso de la importancia de lo que hacen o podrían hacer. Esto para obtener puestos o apoyos o que el ungido atienda el tema, aunque sea un poco, en este sexenio.
La ciencia y la tecnología (CyT) no escapan a este patrón ritual, cuantimás siendo un tema esencialmente ignorado por los gobiernos de la Revolución y sus seguidores del cambio. Hace 36 años, en documentos que fueron presentados al entonces ungido Luis Echeverría, se afirmaba «la necesidad de establecer una Política Nacional en Ciencia y Tecnología y formular los programas correspondientes que coadyuvarán al desarrollo integrado del país».
En los escritos que hacen llegar en estos días al ungido Felipe Calderón, agrupaciones de científicos y tecnólogos proponen en esencia lo mismo, con el agravante que han pasado 36 años «bajo el puente».
La eterna falta de política gubernamental
Los documentos de los años setenta se quejaban de «una falta de política gubernamental en ciencia y tecnología ligada al desarrollo económico y social». Pero qué decir de la situación actual, cuando un sexenio toca a su fin, cuando por primera vez en 18 años el presupuesto relativo en ciencia y tecnología disminuyó.
El sexenio en que se nos dijo que el problema de ciencia era de marketing; que los cerebros fugados del país eran los mejores embajadores de México y en quienes se apoyaron proyectos tecnológicos ambiciosos de las empresas privadas como lograr que el azúcar de las donitas no se pegue en las bolsas.
El sexenio donde se suspendieron becas para los ganadores de olimpiadas del conocimiento; donde se suspendieron apoyos a proyectos del milenio; donde se suspendieron apoyos a repatriaciones de científicos, entre otras lindezas.
En aquel ya lejano sexenio algunas cosas pasaron, siendo tal vez la más importante la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), el cual ha jugado un papel relevante como agencia financiera de becas de formación de recursos humanos de alto nivel.
En el sexenio que termina algunos signos de crisis no se nos pueden escapar: en más de diez años sólo un centro de investigación fue creado por el Conacyt, años enteros transcurrieron y no se contrataba a nuevos investigadores en el país (aunque sí nos quejamos porque sólo formamos mil doctores al año), seguimos teniendo el aparato científico más reducido de entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se registra sólo un puñado de patentes mexicanas y, por supuesto, nuestro índice de competitividad económico disminuye año tras año.
Una diferencia entre lo que se pedía al gobierno en turno el siglo pasado y éste: no se habla ya de «política gubernamental», sino de «política de Estado». Aunque cada quién elabora su lista de una política de Estado, dos ideas subyacen siempre: una política que trascienda los sexenios y, para ello, que quede plasmada en leyes.
La reinvención de cada sexenio
Esto en un país donde cada sexenio se reinventa la nación, se cambia todo para dejar todo igual y se descubre el hilo negro. Esto en una nación que aprueba el gasto (y lo plasma en leyes) de 8 por ciento en educación y de 1 por ciento en ciencia y tecnología, para no invertir luego ni un centavo más allá de lo que se invertía antes. Un país donde el recientemente creado Consejo General de Ciencia y Tecnología, encabezado por el Presidente de la República, se reúne tres veces en el sexenio. Un país donde, como todo mundo se imagina y nos dijo recientemente un político del grupo ungido, lo que importa no es el tema, sino si el secretario
¿De verdad se debe convencer a un grupo de personas medianamente instruidas, con capacidad de decisión, en un país que se quiere moderno, sobre la importancia económica y social de impulsar estas materias?
Así, los escritos que circulan en los ámbitos científicos terminan siendo refritos rutinarios de los mismos temas: el impacto económico y social de la ciencia y la tecnología puede documentarse por las experiencias de muchos países; la educación y la ciencia y la tecnología son una apuesta por el futuro del país; México ha podido formara grupos de científicos de gran calidad; la ciencia y la tecnología tienen mucho qué decir en la solución de los grandes problemas nacionales
Y en los temas que no son refritos muestran las discrepancias internas de la comunidad; hasta dónde enfatizar el papel preponderante de la ciencia básica y hasta dónde empujar el enfoque utilitarista de la ciencia, hasta dónde presentar los casos de éxito mexicanos en ciencia y tecnología y hasta dónde mostrar nuestras carencias; hasta dónde ponderar los programas de apoyo del gobierno a la inversión en ciencia y tecnología de la iniciativa privada, y hasta dónde criticarlos como apoyos disfrazados al gran capital.
Como en muchos otros dominios, la ciencia mexicana sufre re los problemas v contradicciones de un país a medio camino entre el desarrollo industrial y el subdesarrollo más ignominioso; a medio camino entre las aspiraciones académicas y el desprecio de la cultura, a medio camino entre la inversión para el futuro y la burocracia ineficiente.
Sexenio tras sexenio no queda claro si las políticas en ciencia y tecnología están diseñadas para apoyar el desarrollo de la ciencia y la inserción de ésta en programas benéficos para la sociedad, o simplemente se diseñan para mantener callados a los científicos, para que no hagan ruido mientras el gobierno se ocupa de asuntos realmente importantes.
Por lo pronto no queda sino seguir haciendo la tarea, aunque estemos convencidos que de poco servirá. A quiénes creemos que el apoyo real a la ciencia puede significar la diferencia para el futuro del país, sólo nos queda desear que el próximo gobierno dé muestras de una actitud moderna e inteligente. No nos queda sino repetir: la ciencia no es un lujo para ningún país.
*Presidente de la Academia Mexicana de Ciencias 2002-2004. Instituto de Matemáticas, Universidad Nacional Autónoma de México.