Academia Mexicana de Ciencias
Boletín AMC/007/17
Ciudad de México, 12 de enero de 2017
Caracterizadas como muy explosivas, poco frecuentes geológicamente y con efectos devastadores a escala global, las supererupciones suceden cuando un magma rico en gases se encuentra de cuatro a seis kilómetros (km) de profundidad de la cámara magmática y arrojan incluso miles de kilómetros cúbicos (km3) de material piroclástico que puede modificar el clima mundial por largos periodos de tiempo.
No todos los volcanes pueden hacer grandes erupciones, solo los que se conocen como calderas de colapso y ocurren en promedio cada cien mil años. Pueden alcanzar columnas de cenizas de hasta 80 km de largo, llegando a la estratósfera y provocar un enfriamiento drástico en todo el planeta.
“Las partículas volcánicas, en especial los aerosoles de cloro y azufre, bloquean los rayos solares y dañan la capa de ozono, si duran mucho tiempo suspendidos en el aire pueden ocasionar el invierno volcánico caracterizado por temperaturas bajas a escala global, o de un hemisferio, al obstaculizar el paso de los rayos solares y ocasionar cambios drásticos a diversas formas de vida, pudiendo llegar a causar extinciones masivas”, explicó Gerardo de Jesús Aguirre Díaz, especialista en el estudio de rocas volcánicas y de los procesos físicos (vulcanológicos) y químicos (petrológicos) que dieron lugar a estas.
Fue el caso de la gran erupción en la Caldera de Toba, en la isla de Sumatra, que ocurrió hace 74000 años, afectó a la India y la parte sur de Asia. La erupción arrojó 2 mil 800 km3 de magma. Es la erupción más grande conocida del periodo Cuaternario. Las ignimbritas o fragmentos de rocas volcánicas llegaron a tener 600 metros de espesor y generó una columna de ceniza con una altura de 80 km.
El investigador que enfoca su interés científico en el vulcanismo explosivo asociado a calderas, volcanes o domos, comentó que todo esto se sabe por estudios hechos con isótopos de oxígeno en hielos del Ártico y Antártida. La erupción tuvo una duración de nueve a 14 días y “después hubo un invierno volcánico donde cambiaron los isótopos de oxígeno al estado frío, seco y máximo glacial, es decir, extremadamente frío. Esto seguramente acabó con plantas y algunos animales”.
Otro hecho ocurrió en la isla de Santorini, en Grecia, hace 3600 años, donde todo el territorio insular es en sí el volcán. Tuvo un volumen de material piroclástico más pequeño de 30 km3 y una columna de cenizas de 36 km de altura.
“A esta erupción se le achacan las plagas bíblicas, las famosas bolas de fuego, un efecto tsunami y muchos de los que creen en la Atlántida piensan que ahí estaba. El efecto llegó hasta Egipto. Lo cierto es que cubrió por completo las ciudades de Akrotiri y Thira”, señaló el investigador del Centro de Geociencias, unidad Juriquilla de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e integrante de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).
Se sabe que después de la erupción, el imperio Minoico del año 2100 al 1600 a. C. tuvo un rápido declive. En las ruinas no se encontró ninguna osamenta por lo que se cree que los pobladores huyeron antes de que sucediera la gran erupción pues seguramente el fenómeno estuvo precedido por una alta sismicidad.
La última supererupción que comentó el investigador está relacionada con el declive del imperio maya. Ocurrió hace 1500 años en la caldera de Ilopango, en El Salvador, en lo que ahora es un gran lago de 15 km de ancho por 10 km de largo, cuyo riesgo de volver a expulsar magma sigue latente. Sus efectos llegaron hasta Europa, se sabe que hubo enfermedades y muerte.
“Además se tienen indicios de que hubo una migración de mayas de sur a norte —de acuerdo con nuestros estudios— del periodo Clásico (año 100 al 900) al Postclásico (año 900 al 1519).
“En el Clásico las poblaciones de Tazumal, El Salvador, migraron a Chichén Itzá, Yucatán, se sabe porque las cenizas cubrieron a ese sitio, al ser un depósito de ceniza blanca la unidad estratigráfica se conoce como Tierra Blanca Joven. La vida alrededor de la caldera por lo menos en 30 años no pudo desarrollarse a 150 km a la redonda de la misma”, comentó Aguirre Díaz, que usa la estratigrafía volcánica, geocronología con la técnica potasio-aragón, geoquímica de elementos mayores y traza, petrografía, y geología estructural como método de trabajo.
El vulcanólogo tiene vigente un proyecto de investigación en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología para medir la peligrosidad de supererupciones originadas en Centroamérica, ya que dicha caldera sigue activa, la última erupción ocurrió en el año 1880, por lo que podría ocasionar daños graves al resto del mundo, señaló el experto durante la Reunión General de la AMC Ciencia y Humanismo II con la conferencia “Supererupciones que afectaron drásticamente a la humanidad, casos de estudio: Toba, Santorini e Ilopango”.
Luz Olivia Badillo.
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