Academia Mexicana de Ciencias
Boletín AMC/254/14
México, D.F., 17 de julio de 2014
En su oficina del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el doctor Harry Brailovsky recibe frecuentemente cajas con pequeñas colecciones de chinches que le envían universidades y museos de todos los continentes para que les ayude a identificar la especie, es decir, determinar el nombre científico de cada ejemplar ahí contenido.
Con 45 años dedicados a la descripción, clasificación y estudio de la distribución de los heterópteros, como se les llama a las chinches en el ámbito científico, han convertido al investigador en una autoridad internacional y en una referencia obligada de este grupo de insectos de importancia agrícola y médica, pues existen algunas especies ampliamente conocidas por infestar árboles, otras por instalarse en nuestras camas para alimentarse de nuestra sangre por las noches y algunas más por transmitirnos la enfermedad de Chagas.
En su larga trayectoria académica, el también miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), ha dado cuenta de alrededor de 942 nuevas especies de chinches, procedentes de México y de otras partes del planeta. A pesar de sus importantes contribuciones en la ampliación de nuestro conocimiento en materia de biodiversidad, el destacado investigador señala que aún hay muchas especies por descubrir de los diferentes grupos de insectos.
“En el caso de mi grupo de especialidad, las chinches, a nivel global se conocen alrededor de 30 mil especies y en nuestro país unas cuatro mil 500 especies”. Aunque esta cifra no está tan dispar con el total, el problema es que cuando se desciende en la escala de clasificación (que va de grupos generales de organismos hasta llegar a la especie) cada vez se sabe menos. “De los coreidos, conocidos popularmente como chinches patas de hoja, mi campo de mayor especialidad, se conocerán quizá unas 800 especies”, agrega.
De hecho, los insectos son el grupo de animales más numeroso y diversificado. Según Arthur D. Chapman, científico australiano ampliamente citado en la literatura científica, estima que existen cerca de un millón de especies de insectos descritas y, dependiendo de la fuente, entre dos y ocho millones de especies que potencialmente viven en el planeta.
Es por esta gran riqueza biológica aún desconocida, que Brailovsky lamenta que, particularmente en el país, haya pocos taxónomos enfocados en cada uno de esos grupos de insectos. Estos científicos especializados en colectar, preservar muestras, recabar información y analizar los datos para identificar correctamente las especies se necesitan para saber, de entrada, en dónde viven. “La distribución de las especies de insectos la damos nosotros, no los insectos, porque no hay forma de saberlo si nadie va al campo a colectarlos”.
En el caso de las mariposas, el grupo de insectos donde hay el mayor número de taxónomos, se conocen bien las mariposas diurnas, pero no pasa lo mismo con las mariposas nocturnas, un grupo donde todavía hay mucho por conocer. En el caso de los escarabajos, añade, se conocen bien los grupos más llamativos, pero el 99 ciento restante se desconoce.
Hacer sistemática, es decir, clasificar un grupo de organismos a partir de su historia evolutiva, es una labor compleja, admite Brailovsky. De ahí que, a partir de su experiencia y de lo que ha visto, el científico asegure que para que un taxónomo llegue a conocer y entender a profundidad cierto grupo de insectos, necesita invertir entre seis y siete años de trabajo de tiempo completo.
Luego que los insectos se colectan en el campo y se montan delicadamente en grandes repositorios, abunda el reconocido investigador, el siguiente paso depende de la habilidad para observar a través del microscopio y de la capacidad de describir detalladamente los ejemplares, esto con la ayuda de la literatura científica apropiada para ello. “Este trabajo no se trata de contar pelos, patas ni uñas, sino de ver y comparar diminutas estructuras morfológicas externas e internas de los organismos. Para mí esta labor ahora es relativamente sencilla, pero para el joven que empieza resulta compleja y muy tardada”.
Si bien el proceso de clasificación de las especies es largo, el momento clímax de una investigación de meses o años y de mayor satisfacción para Brailovsky ocurre cuando elabora una clave taxonómica, una especie de manual que sirve para identificar a los grupos de organismos. “Una clave es la síntesis de todo ese conocimiento generado y recabado y una clave ilustrada, una buen dibujo o fotografía, refuerza ese conocimiento”.
En todo lo anterior radica la importancia de que las instituciones y universidades que hacen investigación de este tipo tengan paciencia, sobre todo con sus estudiantes, sostiene el especialista en entomología sistemática. “Cuando una institución permite que sus académicos incidan sobre el mismo problema a través de los años es cuando realmente se puede desarrollar una línea de investigación”.
Así es como el coordinador de la sección de biología de la AMC, partiendo prácticamente de cero, con unos cuantos ejemplares y una precaria biblioteca, ha contribuido a integrar un acervo de más de un millón y medio de chinches, que la convierte probablemente en la colección más importante del mundo de este tipo de insectos, afirma.
Alejandra Monsiváis Molina
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