Academia Mexicana de Ciencias
Boletín AMC/054/17
Ciudad de México, 9 de marzo de 2017
Con motivo del Día Internacional de la Mujer, la ONU planteó para este año el lema: “Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030”, al respecto, la doctora Tamara Luti Rosenbaum Emir, del Instituto de Fisiología Celular (IFC) de la UNAM, señaló que en vista de que las mujeres contribuyen de la misma manera que los hombres al desarrollo del conocimiento, uno de los retos pendientes es que puedan tener acceso a puestos de mayor impacto y con igualdad de sueldos.
Sobre cómo lograr que las niñas o las mujeres jóvenes se interesen en la ciencia, la investigadora mencionó que esto depende de distintos factores, pero de manera general para estimular su participación se debe apoyar a la ciencia. “En otros países es reconocido que si no se invierte en ciencia no se puede avanzar, y si una persona, ya sea mujer u hombre, está pensando en dedicarse o no a la investigación puede desalentarse ante la dificultad de conseguir una plaza o no tener recursos para la misma”.
Para Rosenbaum Emir la ciencia no es un trabajo, es una forma de vida que le permite satisfacer su curiosidad y realizar tanto trabajo teórico como experimental, “pero más que eso, la ciencia significa un bien para la humanidad, porque solo la generación de conocimiento puede hacer que un país avance”.
Y aunque hay características que se heredan genéticamente, otras como el gusto por la ciencia se heredan por la influencia de alguna persona, tal es el caso de la doctora Tamara a quien su padre, el también investigador Marcos Rosenbaum, le “tomaba el pelo” cada vez que podía, por lo que casi siempre terminaba investigando por su parte.
“Mi padre fue el director fundador del Instituto de Ciencias Nucleares, y supongo que ver su dedicación a la investigación y al desarrollo del instituto y de la ciencia en México, así como su curiosidad ante cualquier cosa que pasaba en la naturaleza, es la razón más básica de mi interés por la ciencia”.
Una vez que decidí dedicarme a la investigación tuve la suerte de tener dos mentoras que tenían mucho cariño por la ciencia, y que además podían mezclar la academia con su familia. Tanto la doctora Marcia Hiriart, del IFC-UNAM, que fue mi directora de tesis de licenciatura y de doctorado, y la doctora Sharona Gordon, de la Universidad de Washington, Seattle, con quien realicé mi posdoctorado, fueron ejemplo de persistencia y me inspiraron, dijo Tamara Rosenbaum en entrevista para la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).
Al terminar la carrera de biología, Rosenbaum se dio cuenta que su interés estaba enfocado al área molecular, y por ello decidió acercarse a las neurociencias. Comenzó a trabajar con Marcia Hiriart en el estudio de la actividad de proteínas — conocidas como canales iónicos— de la membrana que permiten el paso de iones o de moléculas cargadas y con esto la comunicación entre células —en este caso neuronas—, además los canales iónicos están implicados en diversos procesos, como la secreción de insulina, la contracción muscular y la neurotransmisión.
“Empecé a trabajar con células pancreáticas beta para tratar de identificar y caracterizar ciertos tipos de canales iónicos y su importancia en la secreción de insulina, así como la fisiología de las células pancreáticas beta en general. Posteriormente decidí que no quería dedicarme solo a la fisiología pura, sino también a estudiar a los canales iónicos desde la perspectiva molecular para entender qué hace cada una de las regiones que componen a estas estructuras y que les permite a los canales funcionar correctamente y reaccionar a ciertos estímulos”.
Los canales receptores del dolor
Un ejemplo de la contribución de las mujeres a la ciencia es el trabajo que se realiza en el laboratorio que lidera la doctora Tamara Rosenbaum, en donde se estudian las proteínas ubicadas en las membranas de las células —llamadas canales iónicos— que dejan pasar moléculas cargadas, las cuales a su vez generan una señal eléctrica que permite diversos procesos de los que depende el organismo, por ejemplo la percepción de la luz o el sonido; y también son responsables de la detección de estímulos que pueden ser nocivos o dolorosos, entre ellos el cambio brusco de temperatura o la detección de moléculas que pueden causar daño celular.
El grupo de trabajo de la investigadora fue el primero a nivel mundial que describió la compuerta —para abrir o cerrar— de activación de uno de los canales iónicos llamados Receptores del Potencial Transitorio (TRP, por sus siglas en inglés).
“Junto con mi grupo de investigación trabajo con los canales TRP, uno de ellos es el TRPV1 que responde a temperaturas que nos pueden quemar, nos avisa cuánto estamos expuestos a una temperatura alta para que nos alejemos, también responde a la capsaicina, un compuesto pungente (que produce picor) presente en los chiles”, explicó la biofísica ganadora en el 2011 del Premio de Investigación de la AMC en el área de ciencias naturales.
Cuando comemos chile una de las sensaciones es el picor acompañado de calor, la razón es que se activa el canal TRPV1 cuya actividad se interpreta, en el sistema nervioso central, como un aumento en la temperatura; este canal responde a otros estímulos y varios de ellos son moléculas que se producen en situaciones patológicas y se genera dolor. Y aunque se han encontrado muchas moléculas que pueden promover la actividad de este canal, se han identificado pocas que inhiben su actividad.
“Tras hacer un escaneo de muchas moléculas identificamos una de origen lipídico que inhibe la actividad del canal TRPV1 ante varios estímulos que producen dolor. Esta molécula se llama ácido oleico, se produce en ciertas cantidades en el cuerpo y lo consumimos en la dieta (en el aguacate o en el aceite de oliva), y se une al mismo sitio que la capsaicina, pero en vez de abrir el canal lo cierra y no lo deja responder ante ningún otro estimulo”.
Noemí Rodríguez González.
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