Academia Mexicana de Ciencias
Boletín AMC/145/18
Ciudad de México, 15 de junio de 2018
De los 3 mil 183 kilómetros (km) de longitud de la línea fronteriza que separa a México de Estados Unidos, desde el Océano Pacífico hasta el Golfo de México, hay alrededor de 100 km de frontera en los que se trata el 90% del agua residual y de escorrentía para que el agua continúe con su cauce y sea de utilidad en el país vecino del norte.
Esta cifra es un indicador de la cooperación bilateral en un tema de primera importancia. En comparación, hay una cobertura del 50% en cuanto al tratamiento de aguas residuales para el resto de México. Este esfuerzo es el resultado de un entendimiento mutuo entre ambas naciones, pero también es la opción más económica ante una necesidad que repercute en actividades agrícolas, uso potable y restauración ambiental.
En el río Santa Cruz —ubicado al sur de Arizona y al norte de Sonora—, el gobierno estadounidense solía multar a su contraparte mexicana por enviarle agua contaminada a través del cauce, pero después de realizar un estudio en el que se analizaron otras alternativas, como desalinizar el agua de mar con un costo anual por la misma cantidad de líquido de 29 millones de dólares, se dieron cuenta que la mejor opción era cooperar para instalar una planta de tratamiento de aguas residuales, expuso el ingeniero ambiental Doug Liden.
“Es una locura multar a México porque esa agua la necesita, y quiere tratarla y cuidarla, pero no cuenta con los recursos”, señaló el especialista de la Environmental Protection Agency (EPA) durante su intervención en el taller binacional Mejorar la Sostenibilidad en las zonas áridas transfronterizas Estados Unidos-México, que se llevó a cabo en mayo pasado en el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica, en San Luis Potosí.
Del lado estadounidense, al menos dos agencias, la EPA y la International Boundary and Water Commission- U.S.-Mexico Sections (IBWC), así como la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en México, trabajan en negociar los tratados de agua, establecer límites y operar plantas de tratamiento de agua. Se han invertido millones de dólares que han beneficiado a ambas naciones mediante distintos esquemas de financiamiento.
En el río Tijuana, por ejemplo, que fluye entre Baja California y el sur de California a lo largo de 193 km, se construyó una planta de tratamiento con la capacidad de bombear unos mil litros por segundo hacia Estados Unidos, dejando 20% de agua contaminada, cuyo tratamiento también es necesario pues al llegar al mar desemboca en una zona protegida en la que hay 400 distintas especies de aves, es el último manglar de la costa que no tiene carreteras ni vías ferroviarias y es importante conservarlo, destacó Liden.
El río Tijuana solía ser perenne pero ahora es efímero, en ciertas temporadas retoma su cauce, como también lo es el río Colorado al sur de México. La ciudad de Tijuana ocupa 20% del total del agua que utiliza San Diego, lo que significa que el agua residual es una gran necesidad para California y el esfuerzo es robusto para evitar que el agua contaminada alcance a Estados Unidos.
El problema que se presenta en Tijuana es que las lluvias son muy escasas, esto da lugar a asentamientos urbanos ilegales en zonas vulnerables. Cuando llegan las lluvias, el agua recupera su cauce y retoma el espacio que le pertenecía.
En los últimos 10 años y gracias a capturas satelitales, se pudo observar el surgimiento del desarrollo inmobiliario Lomas de Rubí, mismo que en febrero de 2018 con las lluvias quedó devastado, mientras que en Valle de Pedregal se comenzaron a construir 300 casas en agosto de 2016 y en octubre de ese mismo año la naturaleza hizo lo suyo.
“A la gente se le suele olvidar los lugares por donde pasa el agua. En estos desarrollos inmobiliarios no hay drenaje, planeación urbana ni desarrollo carretero, es obvio que el drenaje natural se convirtió en un camino improvisado”, dijo el especialista.
Aunque la desalinización del agua de mar es una alternativa, es la última opción por ser muy costosa. En Australia se invierten mil millones de dólares al año para todas sus plantas de desalinización pero ni así consiguen un gran abasto.
“Nosotros pagaríamos $1.75 dólares por desalinizar 1 metro cúbico (m³) de agua comparado con los ¢2 centavos /m³ que paga un granjero por agua en California. No hay comparación en los precios. Si incrementa el precio del agua, la economía sería prohibitiva, un ejemplo de esto sería la alfalfa que se exporta a China, no sería costeable porque si se traduce en “agua virtual”, ésta se vende en $0.40/m3”, sostuvo Liden.
El ingeniero ambiental compartió con los asistentes al taller soluciones a la gestión y uso compartido del agua en la zona transfronteriza entre México y Estados Unidos: 1) la desalinización de agua (aunque por su costo sería la última opción); 2) cambiar el uso designado del agua (que su valor incremente o disminuya según el uso que se le dé); 3) infraestructura verde (implementar equipo que mejore la captación, tratamiento y almacenamiento del agua).
También, 4) conservación, (lo cual incluye reparar el sistema de distribución averiado, instalar baños de bajo flujo y regaderas para uso doméstico, cero escapes, construir canales lineales para agricultura y modernizar irrigación); 5) recuperar aguas residuales y de escorrentías para uso de agrícola, potable indirecto y directo y para restauración ambiental, y 6) mejorar la planeación urbana.
Luz Olivia Badillo.
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