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Aprenden cientí­ficos del sismo del 85

Academia Mexicana de Ciencias
Boletí­n AMC/58/07
México, D.F., martes 18 de septiembre de 2007

  • Actualmente se sabe más sobre los efectos de los temblores en los suelos blandos de la Ciudad de México
  • En los últimos 100 años se han registrado en el paí­s 150 sismos de magnitud superior a los 6.5 grados en la escala de Richter
A 22 años del sismo de 85, son muchas las cosas nuevas que se saben, por ejemplo, antes se pensaba que los suelos blandos amortiguaban las ondas sí­smicas y hoy se sabe que las construcciones en suelo blando se encuentran en peligro.
A 22 años del sismo de 85, son muchas las cosas nuevas que se saben, por ejemplo, antes se pensaba que los suelos blandos amortiguaban las ondas sí­smicas y hoy se sabe que las construcciones en suelo blando se encuentran en peligro.
Foto: Crestomatí­a. Tomada de www.ssn.unam.mx

¡El sismo de 1985 constituyó un parteaguas en la investigación sismológica en México!, afirma Cinna Lomnitz Aronsfrau, investigador del Instituto de Geofí­sica de la UNAM, quien sostiene que durante la primera década posterior al terremoto hubo un importante incremento en la investigación y en el número de publicaciones cientí­ficas tanto por investigadores mexicanos como extranjeros.

El integrante de la Academia Mexicana de Ciencias mencionó que los cientí­ficos del paí­s han aprendido más acerca de este fenómeno y de cómo afecta a la Ciudad de México, pero lamentó que el crecimiento numérico y cualitativo de la comunidad sismológica mexicana ha sido lento, lo que indica una falta de realismo sobre la percepción del peligro sí­smico.

Lomnitz Aronsfrau comentó que, a 22 años del sismo de 85, son muchas las cosas nuevas que se saben, por ejemplo, antes se pensaba que los suelos blandos amortiguaban las ondas sí­smicas y hoy se sabe que las construcciones en suelo blando se encuentran en peligro.

El sismólogo explicó que cuando sucede un sismo en el Pací­fico las ciudades costeras no deben sufrir un gran daño puesto que el subsuelo es muy duro. Sin embargo, el sismo busca un canal natural llamado guí­a de ondas, que conduce la energí­a sí­smica hacia el interior por lo que al llegar a la Ciudad de México, se acopla con otra guí­a de ondas en la capa de lodo que dejó el antiguo lago. La energí­a queda atrapada en ese estrato y las ondas rebotan en su interior hasta durante cinco minutos.

Agregó que la investigación en sismos beneficia a nuestro paí­s ¡de rebote!, pues a medida que las contribuciones cientí­ficas de los expertos mexicanos son más reconocidas en el extranjero se reflejan en avances tecnológicos que también son adoptados en México.

Otro ejemplo del aprendizaje que dejó el sismo de 1985 se aprecia en el efecto de ¡golpeteo! que, si bien era conocido por los sismólogos, después del terremoto se comprendió mejor y ayudó a modificar los criterios de construcción, afirmó Carlos Valdéz González, jefe del Servicio Sismológico Nacional.

El efecto ¡golpeteo! consiste en que los edificios deben vibrar para liberar la energí­a que les está siendo transmitida por las ondas sí­smicas que provienen del subsuelo.

En el 85 los edificios que vibraban se encontraron con que exactamente al lado y pegado a ellos se construyeron otros edificios de menor tamaño que impidieron el modo natural de vibración. Al suceder esto, se generaron esfuerzos que ocasionaron el colapso de uno o varios pisos, dijo Valdéz González.

Hoy los criterios de construcción aclaran que si los edificios se encuentran en la zona 3, es decir la zona de suelo blando donde se encontraba el lago de Texcoco, debe haber una mayor separación entre edificios a medida que la construcción sea más alta, subrayó el especialista.

En septiembre de 1985, cuando ocurrió el terremoto habí­a ya varios edificios mayores a 10 pisos, a diferencia del terremoto anterior de 1957. Muchas de estas construcciones sufrieron daños, por ello, ahora se determinó que según la esbeltez del edificio se requiere mayor dimensión de columnas.

Asimismo, a diferencia de lo que ocurre en otras regiones del mundo, se sabe que aún a 300 kilómetros de distancia del epicentro las ondas sí­smicas pierden amplitud, pero sumado a las condiciones del suelo de la Ciudad de México, se complementan para generar sismos importantes, afirmó Valdez González.

¡Sabemos que México es un paí­s sí­smicamente activo, lo difí­cil es saber cuándo va a ocurrir uno de estos sismos por lo que debemos estar preparados!, añadió el jefe del Servicio Sismológico Nacional.

Las grietas, otro riesgo
Otro aspecto que debe considerarse en caso de sismos son las áreas de la ciudad donde se han producido hundimientos y agrietamientos generados por la extracción del agua del acuí­fero que subyace a los sedimentos de origen lacustre.

Marcos Adrián Ortega Guerrero, investigador del Centro de Geociencias de la UNAM, advierte que las grietas ocasionadas por la extracción de agua del acuí­fero en zonas como Iztapalapa son un peligro adicional en caso de sismo.

Las grietas se extienden varios cientos de metros y en ocasiones kilómetros, dañando a su paso decenas o centenas de casas-habitación. Los daños a estas construcciones incluyen su basculamiento (quedan ladeadas) y rotura de paredes, través y castillos, lo cual las debilita considerablemente.

¡En caso de un sismo el suelo oscila con diferentes frecuencias y amplitudes sacudiendo las construcciones de manera impredecible, por lo que las estructuras debilitadas cederán fácilmente al movimiento y seguramente colapsarán!, advirtió Ortega Guerrero.

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¿Qué son y cómo se producen los sismos?

Los sismos son los movimientos bruscos del terreno ocasionados por disturbios tectónicos o volcánicos que se producen cuando hay una liberación de energí­a en el interior de la Tierra. Esto ocurre cuando los materiales del planeta, que se encuentran en situaciones inestables, se desplazan o se mueven buscando equilibrio.

De acuerdo con la teorí­a de la tectónica de placas, los reacomodos de la Tierra son posibles gracias a que las placas se desplazan sobre el manto terrestre fluido y se unen en sus bordes. En estas regiones hay una mayor actividad sí­smica y volcánica.

En los últimos 100 años, en México se han registrado 150 sismos con una magnitud mayor a los 6.5 grados en la escala de Richter, según datos del Servicio Sismológico Nacional.

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