Academia Mexicana de Ciencias
Boletín AMC/159/12
México, D.F., 3 de agosto de 2012
Paula Buzo Zarzosa
Con las cumbres cubiertas de blanco, las tres montañas más altas de nuestro país, todas volcanes, sobresalen en el paisaje del Valle de México, Puebla y Veracruz. Pero en las últimas décadas el hielo glacial se ha ido derritiendo y desde hace más de diez años los glaciares en el Popocatépetl dejaron de existir.
Los científicos que realizan un monitoreo continuo de la actividad del volcán han sido testigos del retroceso de sus glaciares, hasta tener que declararlos extintos a finales del año 2000. Aún hay nevadas estacionales y remanentes de hielo que visten de blanco la cima, pero la pérdida de los glaciares preocupa a los expertos por los efectos que esto puede provocar.
Los glaciares se “alimentan” de la nieve que, a bajas temperaturas, se acumula y forma una masa de hielo que se desliza por la pendiente de la montaña. Cuando se derrite el hielo, además de la evidente disminución en extensión se pueden percibir otros cambios en el ecosistema.
“Como montañistas recordamos que a determinada altitud encontrábamos cierto tipo de flores, como ´las lupitas´, y hoy están invadiendo zonas más elevadas”, describe el doctor Hugo Delgado Granados, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias; “y por ejemplo, en el Paso de Cortés antes no había y ahora hay moscas”.
Por encima de los 5,000 msnm
Entre los factores que han provocado estos cambios están la variación de las condiciones climáticas a nivel local y global, la influencia de las zonas urbanas y la actividad volcánica. Las altitudes a las que las condiciones adecuadas de precipitación sólida y bajas temperaturas permiten la formación de glaciares son cada vez mayores a los 5,000 metros sobre el nivel del mar.
A estas alturas, los científicos estudian los glaciares de manera directa. Usan instrumentos especializados (como radares y GPS) que permiten medir la extensión, grosor y volumen; perforan el hielo para obtener muestras o colocar marcas para reconocer la precipitación sólida, e instalan estaciones meteorológicas para obtener datos sobre las condiciones climáticas de la zona y sus variaciones.
Pero el riesgo de estudio aumenta cuando los volcanes entran en una fase de actividad, como la que se inició en el Popocatépetl en 1994, porque incrementa el flujo de calor y hay caída de material caliente y ceniza, ayudando a acelerar la extinción de los glaciares.
Con métodos de percepción remota, fotografías aéreas y satelitales comparadas, se puede medir el área del glaciar y hacer algunas estimaciones de cuál es su volumen. De acuerdo con Delgado Granados, investigador del Departamento de Vulcanología en el Instituto de Geofísica de la UNAM, muchas veces los grandes glaciares pueden estar perdiendo espesor pero su retroceso no es evidente hasta que disminuyen en extensión. Como se advirtió en semanas pasadas en Groenlandia, en el mundo el hielo se está perdiendo en área y volumen.
Acelerado retroceso
El ciclo normal de los glaciares incluye una fase de ablación o fusión en la que parte del hielo se derrite y, aunque pierde masa, ayuda a la recarga de los mantos acuíferos. Los estudios señalan que, del lado de Puebla, el agua que proviene de los glaciares del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl no es mayor al cinco por ciento; sin embargo, en los valles sumamente poblados cualquier cantidad puede ser significativa. Al desaparecer, los glaciares dejan de intervenir en el ciclo hidrológico de la zona.
Como explica Delgado Granados, existe un lado positivo, pues junto a los glaciares desaparece o al menos disminuye uno de los riesgos volcánicos que más preocupaba a las autoridades. Los lahares son flujos de lodo que se forman cuando cae material incandescente que funde el hielo y arrastra escombros en un torrente que puede afectar a las poblaciones cercanas. “Aunque todavía hay hielo remanente en el lado norte del volcán, al extinguirse los glaciares prácticamente desaparece esta posibilidad”.
Desafortunadamente, en los volcanes mexicanos las condiciones ya no son adecuadas para que se vuelvan a formar glaciares, ni hay manera de detener su extinción. Las nevadas estacionales que los cubren de blanco pueden confundirnos, pero el hielo ya no se acumula ni permanece en la superficie, aun en lo más alto.
Hoy, los glaciares en el Iztaccíhuatl y el Citlaltépetl o Pico de Orizaba también presentan un notorio retroceso, dirigidos a desaparecer. Aunque de tamaño pequeño (comparados con otros glaciares), son importantes por ser los únicos en México y los únicos en todo el mundo que se encuentran en la latitud 20º norte.
Los glaciares son testigos y evidencia de los cambios en el clima a nivel local y global. Las zonas industriales y urbanas provocan variaciones en el régimen de temperaturas y precipitaciones. Pero los científicos se han dado cuenta que la desaparición de estas masas de hielo es la consecuencia de una combinación de factores, y con ello se pueden entender los efectos del cambio climático y el calentamiento global.
En todo el mundo, los glaciares muestran una tendencia generalizada a retroceder. Incluso los que ocupan grandes extensiones están desapareciendo como parte de un proceso natural, pero acelerado por los cambios provocados por la actividad humana.
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