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La paranoia del agua (Segunda parte)

A Ciencia cierta
6 de diciembre de 2005
Ramiro Rodrí­guez Castillo*

Las fugas de agua en las ciudades mexicanas alcanzan hasta el 45 por ciento de los flujos entrantes; lo mismo ocurre con las aguas negras en los drenajes. Buena parte de ese lí­quido se convierte en recarga, digamos inducida, de los acuí­feros. Los volúmenes que se fugan en la Ciudad de México equivalen a lo que importamos ví­a el sistema Cutzamala. Detectar las fugas no es fácil ni barato.

Disponer de agua, como de otro insumo, es cuestión de dinero. La instalación de un pozo profundo, perforación y equipamiento llega a costar cerca de 100 mil dólares. Los estudios para determinar dónde instalarlo otro tanto. La autonomí­a que se le está dando a los municipios lleva a que sean los financiadores de sus fuentes de agua y ya no la Comisión Nacional del Agua. ¿Podrán con el paquete? ¿y las pequeñas comunidades?

Los volúmenes de aguas negras que genera la Ciudad de México van de 25 a más de 40 metros cúbicos por segundo en época de lluvias, y tan sólo se tratan 5 metros cúbicos. El resto se canaliza fuera de la Cuenca de México, donde es utilizada por agricultores.

Tratar el agua residual cuesta; aparte del tratamiento, hay que considerar la infraestructura y su mantenimiento. Además, se requiere espacio que para los servicios ambientales está agotado; sin embargo, es posible, pero para ello se requiere voluntad polí­tica.

Cada vez va más de la mano la disponibilidad de agua con la tecnologí­a. Los Organismos Operadores requieren de tecnologí­a de punta para localizar los mejores sitios, perforar pozos, extraer el agua de manera más económica, potabilizarla, diseñar redes de distribución, tratar el agua residual.

Paralelamente, se necesita de expertos en la materia. Es paradójico que dependiendo tanto del agua subterránea en México no existan más de 250 hidrogeólogos formados y que el gobierno no se preocupe por su ausencia.

En México el agua es más un problema de gestión que de escasez. La descoordinación entre las instancias municipales permite el establecimiento de nuevos desarrollos habitacionales, sin tomar en cuenta la disponibilidad de agua. La prioridad en el abastecimiento la tiene el sector urbano, sin embargo, el principal consumidor es el sector agrí­cola.

No se trata de imponer severas polí­ticas de ahorro en el medio urbano, cuando el agua agrí­cola es mal aprovechada.

Aún existen zonas donde el riego es por inundación de los terrenos. Por otro lado, tenemos áreas donde ni la geologí­a, ni el clima son propicios para almacenar agua subterránea; más del 60 por ciento del paí­s se puede considerar de árido a semi-árido.

Futurólogos catastrofistas predicen que la causa de la Tercera Guerra Mundial será el agua, cuando todo apunta a que serán las fuentes de energí­a. Las guerras mundiales se han dado entre las grandes potencias afectando a pequeñas naciones.

Los paí­ses ricos ya están incorporando a la ciencia en el manejo del agua; disponen de recursos para eventuales situaciones crí­ticas. Inglaterra ha hecho costosos esfuerzos por rescatar al Támesis; Canadá y EU invierten millones de dólares en la recuperación de pequeños acuí­feros contaminados; Japón evita la intrusión marina con presas subterráneas; los paí­ses árabes petroleros invierten en sofisticadas innovaciones tecnológicas para tratar y desalinizar el agua. China cuenta con programas de formación de hidrogeólogos, entre otros profesionales ambientalistas.

Para el hemisferio norte el agua no es una gran preocupación, lo es para el sur.

Los pobres nos vamos a dar hasta con la cubeta por el agua, afectando globalmente a todos. Los paí­ses miembros de la OCDE lo saben y se arriesgan no tomando medidas preventivas desde ahora.

Cuando eso empiece a ocurrir, generosamente los del norte ayudarán a los del sur. De hecho, ya lo están haciendo; no les convienen mercados desestabilizados y con conflictos.

*Investigador del Instituto de Geofí­sica, UNAM. En este espacio de la Academia Mexicana de Ciencias escriben integrantes de la comunidad cientí­fica.

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