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La paranoia del agua (Primera parte)

A Ciencia cierta
29 de noviembre de 2005
Ramiro Rodrí­guez Castillo*

Seguramente durante el desarrollo del próximo IV Foro Mundial del Agua, a celebrarse en México en marzo de 2006, el tema de la escasez del agua y los cataclismos que se avecinan por el vital lí­quido serán motivo de acaloradas discusiones, tanto de miembros de ONG’s como de la comunidad cientí­fica.

Pero ¿realmente el agua se acabará? Basta recordar que del total del agua en el planeta -más de mil 385 millones de kilómetros cúbicos- tan sólo el tres por ciento es agua dulce. ¿Realmente sólo disponemos de 41 mil 500 kilómetros cúbicos de agua para sobrevivir corno especie? De ellos, cerca de siete mil se encuentran almacenados en los sistemas acuí­feros y más de 25 mil en los casquetes polares.

Las cifras manejadas son cada vez más reales. Aunque en el llamado Tercer Mundo la geometrí­a y potencialidad de los sistemas acuí­feros son escasamente conocidos, ya no se diga los mecanismos de recarga, que son en la mayorí­a de los casos desconocidos. Las hambrunas no son provocadas sólo por la falta de agua; su origen está más ligado a inadecuados sistemas educativos, polí­ticos y económicos.

En caso de agotarse o deteriorarse el agua de rí­os, lagos, presas o acuí­feros, tenemos el agua de los mares y los hielos de los glaciares en los polos. Japón ya está consumiendo agua de glaciares a un precio que poco les importa. Paí­ses como Israel desde hace mucho desalinizan agua de mar, incluso en México ya se aprovecha el agua de mar en el Caribe y se considera esa opción para satisfacer las necesidades de Hermosillo, una de las pocas ciudades realmente agobiada por la escasez del vital lí­quido.

El fantasma de la contaminación del agua aparece de cuando en cuando con tonos amarillos a los que la población ya se acostumbró, desatendiendo este cada vez más creciente problema.

El agua es una atractiva bandera polí­tica que se ondea según convenga y por todos los grupos. La amenaza de la escasez o de] posible encarecimiento golpea a la población, en todos los niveles económicos. Los dirigentes en turno evitan el tema y cualquier medida al respecto, considerando la baja de popularidad que se traduce en perdida de votos. Nadie esta dispuesto a pagar por lo que, según el entender de la gente, deberí­a ser gratis, y mucho menos los mayores consumidores de agua, los agricultores.

Los grandes productores agrí­colas tienen agua; los pequeños no siempre cuentan con recursos para disponer de ella. Además, las sequí­as se soslayan en sus campos.

Hay que preguntarse si los campesinos cuentan con agua para satisfacer sus necesidades personales. Existen en el territorio nacional más de 250 mil pequeñas comunidades que prácticamente se autoabastecen de agua. En los grandes centros urbanos ya nos acostumbramos a beneficiarnos de los 250 a 500 litros por dí­a que los Sistemas Operadores nos proporcionan, mientras que los tan marginados pueblos indí­genas se las ingenian con unos cuantos litros por dí­a.

Mientras que los consumidores urbanos se niegan a pagar lo que cuesta, lo que no tiene precio, el agua, los habitantes de colonias marginales llegan a pagar por una pipa mucho más de lo que cualquier citadino paga en un año por el agua de la red. Una botella de agua purificada cuesta más que el metro cúbico de agua urbana (!) El agua es fuertemente subsidiada con las predecibles consecuencias que esto acarrea.

El concepto de renovable (inagotable) que prevaleció hasta principios de la década pasada llevó a la actual concepción que la población tiene sobre el agua. Cultura que permeó hacia las autoridades que descuidaron las instalaciones hidráulicas.

*Investigador del Instituto de Geofí­sica, UNAM. En este espacio de la Academia Mexicana de Ciencias escriben integrantes de la comunidad cientí­fica.

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