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‘Tsunami’ y el valor social de los ecosistemas

A Ciencia cierta
21 de junio de 2005
Rodolfo Dirzo*

Los ecosistemas naturales ofrecen diversos servicios a la sociedad, aunque son poco apreciados. Tal es el caso de los arrecifes coralinos y los manglares. Los primeros, equiparados con las selvas tropicales por su riqueza de especies, son capaces de construir enormes estructuras de carbonato de calcio que representan un esfuerzo de crecimiento de unos seis mil años. Son las estructuras más longevas y masivas de origen biológico del planeta. En tanto, los manglares constituyen un ecosistema forestal crí­tico en zonas de interfase tierra-mar, en los estuarios de las áreas tropicales.

En las estresantes condiciones del estuario (alta concentración salina del agua, inestabilidad del sustrato y embate de las mareas) prosperan unos árboles (los mangles) con adaptaciones espectaculares: troncos que combinan flexibilidad con resistencia; prolongaciones de los troncos en forma de zancos para afianzarse al inestable sustrato, y otras. Los manglares son también refugio para gran cantidad de especies animales. Además de su valor cientí­fico y económico, estos ecosistemas ilustran lo que conocemos como los servicios ambientales de la biodiversidad.

Los servicios ambientales de arrecifes y manglares incluyen algunos de posible importancia ante situaciones extremas, como la del 26 de diciembre del 2004. Los arrecifes operan como barrera de protección de la costa ante el impacto del oleaje del mar abierto. í‰sta es seguida por una segunda lí­nea de defensa, la del manglar, que incluye una franja dominada por una especie particular de mangle, el cual absorbe el embate de olas sobrepasan el arrecife. A esta franja le sigue una más, dominada por otra especie de mangle que opera como amortiguador adicional. Se trata pues, de una serie de lí­neas de protección en secuencia.

Por su parte, los arrecifes dependen de la protección que los manglares le dan ante el impacto de las influencias terrestres, especialmente el arrastre de sedimentos y contaminantes. No obstante, el impacto humano sobre ese mosaico de ecosistemas en el sur-sureste de Asia ha sido de proporciones catastróficas. Por ejemplo, hacia 1991 ya se habí­a destruido casi 80 por ciento de manglares en Filipinas, 50 por ciento en Tailandia e Indonesia, y 38 por ciento en Malasia. En India, su cobertura se redujo a menos de un tercio en las tres últimas décadas. A esa desatención histórica ha seguido un dramático pulso de destrucción para el desarrollo, sobre todo, de la acuacultura camaronera, y la gran expansión hotelera.

¿Es posible que la magnitud del impacto del tsunami en Asia hubiera sido menor de haber existido una polí­tica de protección ambiental más amigable? La información disponible sugiere que sí­. Por ejemplo, las Maldivas, cuyos ecosistemas costeros no habí­an sido tan devastados, acusan un número de muertos mucho menor que la de otras áreas en las que la destrucción ecológica era mayor. Asimismo, la cadena de islas de Surin parece haber sufrido un daño mí­nimo, y esto coincide con el buen estado de sus arrecifes y manglares.

Esta tragedia nos enseña que debemos cuidar o restaurar nuestros de por sí­ ya abatidos ecosistemas naturales. Esta reflexión es importante también para los mexicanos; es bien conocida nuestra gran vulnerabilidad sismológica, compleja topografí­a y exposición al impacto de huracanes.

Esta vulnerabilidad natural es incompatible con la alarmante tasa de deforestación antropogénica, de unas 750 mil hectáreas afectadas por año. El cuidar nuestros ecosistemas podrí­a ser una gran inversión económica y social, sobre todo a la luz de tragedias naturales.

*Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias.

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