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¡Por qué hacer y enseñar ciencia en México?

A Ciencia cierta
5 de julio de 2005
Salvador Venegas Andraca*

El avance de la civilización está í­ntimamente ligado al de la creación cientí­fica y tecnológica. Sin nuestra capacidad para entender y crear, los seres humanos estarí­amos todaví­a encadenados, sin escapatoria alguna, a miles de enfermedades, al hambre y a la supercherí­a. Los problemas actuales de hambre no tienen que ver con el conocimiento, sino con la injusticia.

A pesar del papel primordial que la labor cientí­fica y su aplicación en la tecnologí­a juegan en la vida del ser humano moderno, en México no hemos logrado poner en la mesa del debate público, esto es, entre ciudadanos y polí­ticos, la forma en la que deseamos que nuestro pueblo participe en la generación de conocimiento cientí­fico. En consecuencia, tampoco hemos definido cómo deseamos beneficiarnos de los mercados tecnológicos que aparecerán en los años venideros.

Difí­cil es exponer todas las razones por las que se ha postergado esta discusión de altí­sima prioridad. Sin embargo, considero que es posible tratar algunas de ellas.

En primer lugar, los métodos de enseñanza de la ciencia en nuestro paí­s son obsoletos. La ciencia no es un museo terminado sino un edificio en construcción permanente. Por ello es fundamental enseñar en nuestras escuelas y universidades que aprender a hacer ciencia implica aprender a pensar y no a memorizar. La ciencia es divertida y fascinante porque su estudio significa recrear los razonamientos y experimentos que sustentan las teorí­as actuales, y porque así­ aprendemos la forma en la que el universo y todo lo que él contiene funciona. Sin excepción, desde Isaac Newton hasta Stephen Hawking, pasando por Albert Einstein y Richard Feynman, las contribuciones en la ciencia vienen de pensar profundamente, de analizar ideas y de medir, en la experimentación, su veracidad.

Por otra parte, hace falta explicar las razones prácticas por las que vale la pena enseñar y hacer ciencia. No es sólo en laboratorios sofisticados donde se pueden y deben ver los resultados de años de estudio, sino también en la vida diaria. El uso práctico y diario del conocimiento cientí­fico es deseable, ilustrativo y fecundo.

Imaginemos por un momento que en las clases de ciencia en nuestras escuelas secundarias y preparatorias se incluyesen apartados que, basados en la identificación de necesidades locales y en el uso de las herramientas que el estudio de la ciencia da, permitiesen a los alumnos proponer soluciones a problemas de su comunidad y, mejor aún, a construir prototipos para determinar si dichas soluciones son correctas. Este proceso de aprendizaje y de confrontación de ideas con la realidad no sólo serí­a la base para la creación de una masa crí­tica de cientí­ficos, sino que además permitirí­a desarrollar habilidades altamente deseadas por los empresarios en sus potenciales colaboradores. Adicionalmente, los estudiantes aprenderí­an que ir a la escuela y aprender a hacer ciencia no es una actividad inútil ni superflua, sino que su esfuerzo se puede traducir en beneficios concretos para ellos y su realidad inmediata. Aprenderí­an lo poderoso que, en lo personal y en lo social, es el conocimiento.

Es indispensable que abramos las puertas para un debate nacional en el que definamos cómo usar a la ciencia y a la tecnologí­a para desarrollar a nuestros compatriotas y, por lo tanto, a nuestro paí­s. Los mexicanos somos muy ingeniosos, y esta fabulosa habilidad puede y debe ser aprovechada. Pongamos a la ciencia en la boca de todos para que sus beneficios también lleguen a todos.

*Investigador de la Universidad de Oxford.
En este espacio de la Academia Mexicana de Ciencias escriben integrantes de la comunidad cientí­fica radicados en el paí­s y en el extranjero.

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