«Después de tres mil operaciones, podría hacerlas con los ojos cerrados»

La Crónica de Hoy
25 de agosto de 2013
Isaac Torres Cruz

Academia

Mauro Loyo Varela camina en los pasillos de algún congreso internacional de neurocirugía, encuentra unas pinzas-fórceps para operaciones de aneurismas; el mexicano las conoce bien, pregunta al vendedor si sabe por qué se llaman «Malu». Ha escuchado explicaciones raras y parece divertirse un poco con las historias que relatan. Al final refiere que éstas no tienen nada que ver con su origen: “Se llaman así porque es el nombre de mi hija, yo soy el diseñador del instrumento”.

Ésta sólo es una de las docenas de piezas que este neurocirujano ha desarrollado para simplificar y mejorar procedimientos quirúrgicos cerebrales en todo el mundo y contribuir a disminuir la mortalidad por éstos. A este conjunto de microinstrumentos maleables se les conoce como Loyo instruments.

Éste es sólo uno de los aportes mundiales por los que este veracruzano de 71 años será reconocido el próximo 8 de septiembre con el Premio Scoville, la más alta distinción a la que puede aspirar un médico de este ramo, y que por primera vez se otorga a un latinoamericano.

Una de las formas más precisas para referirse a este especialista es con la palabra “prolífico”. Después de especializarse en hospitales de Londres, Zúrich, Bonn, Estocolmo, Montreal y Nueva York, volvió al país para dirigir el departamento de Neurocirugía del Centro Médico Nacional Siglo XXI a finales de los setenta, donde formó a alrededor de 70 neurocirujanos.

A lo largo de su carrera realizó más de tres mil cirugías transesfenoidales de hipófisis —operación que se realiza para extirpar los tumores de la hipófisis (glándula pituitaria) en el cerebro—, la última, realizada la semana pasada en el Centro Médico ABC, institución donde ofrece una entrevista a Crónica.

El médico ha desarrollado más de 50 instrumentos quirúrgicos, incluso ahora trabaja en un tipo de endoscopio; desarrolló nuevas técnicas para abordar tumores en la base del cráneo y disminuir el peligro en la intervención. Realizó trabajos experimentales sobre hemorragias cerebro y su repercusión en el corazón; presentó más de 600 ponencias en todo el mundo y la próxima la expondrá en el décimo quinto Congreso Mundial de la Federación Mundial de Sociedades de Neurocirugía, en Seúl, Corea del Sur, evento donde se le entregará el Premio Scoville.

También fue secretario de Salud de Veracruz, aún realiza cirugías en su estado y en el Distrito Federal, es miembro de diversas sociedades nacionales e internacionales de la especialidad, así como de la fundación Miguel Alemán, y le queda tiempo para el buceo, su deporte favorito.

INSTRUMENTOS. El integrante de la Academia Mexicana de Ciencias relata su incursión en el desarrollo de los Loyo instruments, su amplia trayectoria y su prospección sobre esta área de la medicina que tanto le apasiona y a la que, desde los 16 años, sabía le dedicaría su vida.

A su regreso a México, Loyo insertó la microcirugía al país en su especialidad; fue la época de oro del Centro Médico la que enmarcó el ambiente propicio para que se interesara por desarrollar sus propios instrumentos quirúrgicos y mejorar los abordajes en algunas cirugías.

Se daba cuenta de la manera de mejorar el proceso: “¡Caray!, si este instrumento se doblara un poco podría llegar a ese lugar y retirar todo el tumor…”, se decía. Fue así como desarrolló los primeros esquemas y prototipos en los talleres de esta institución, después fue a EU, donde no hubo demasiada compatibilidad en cómo dar crédito a sus ideas.

Posteriormente, llegó a un pequeño pueblo alemán donde se fabricaban el 80 por ciento de los instrumentos quirúrgicos del mundo; después de una primera búsqueda coincidió con una empresa que empezaba en el mercado de la neurocirugía e iniciaron el desarrollo de un modelo prototipo hecho con un acero maleable. Durante los siguientes años viajó por el mundo a varios congresos para dar a conocer la herramienta, microinstrumento que era casi como una joya, ya que se hacía manualmente y no en serie.

Con la patente bajo su nombre se benefició de ella durante 15 años, y ya terminada su participación comercial con ésta, se acercó otra empresa que le pidió modificar algunos modelos y elaborar otros de titanio. Siguió así durante casi una década hasta desarrollar más de media centena, entre ellas las pinzas “Malu”.

—¿Cómo fue operar con son sus propios instrumentos por primera vez?

—-Fue una sensación placentera, los conocía de memoria y sabía sus aplicaciones, lo disfrutaba mucho. Después, les decía a mis residentes cómo emplearlas para legrar un tumor. Le demostré al mundo su utilidad y el mundo lo reconoció.

Y el reconocimiento ha sido a tal grado que obtuvo el Premio Scoville, que recuerda a William Beecher Scoville, destacado especialista y uno de los creadores de la Federación Mundial de Sociedades de Neurocirugía, quien además de desarrollar técnicas quirúrgicas, creó instrumentos como lo hace el mexicano, quien también bucea en el cerebro humano, una actividad temeraria.

—¿Usted se ha metido con el tejido más complejo del Universo que conocemos y lo ha hecho sin miedo?

—Desde los 16 años sabía que quería ser neurocirujano. Mi padre era médico y me fui admirando del trabajo que hacían especialistas de esta área. Además es un placer estar en un quirófano y hacer lo que me gusta. Tengo una habilidad nata para hacerlo, muchos dicen que lo hago ver fácil, y creo que es una ventaja que me dio la naturaleza junto con una memoria fotográfica extraordinaria que, además, me ayudó mucho en el desarrollo de los instrumentos.

—¿Con tantas operaciones, en vez de que su trabajo le parezca rutinario le sigue sorprendiendo?

—Todavía queda mucho por saber del cerebro: la nanotecnología avanza como la tomografía en los setenta y la resonancia magnética en los ochenta. También está la radiocirugía, la cual, a través de un rayo concentrado, interviene el cerebro. Hoy en día todo se ha especializado mucho, no se puede manejar todo. Para dominar las operaciones transesfenoidales, por ejemplo, se requiere haber intervenido 50 tumores, con tres mil lo podría hacer hasta con los ojos cerrados, aunque siempre hay sorpresas.

Para Loyo Varela, todavía hay muchas ideas que surgen para mejorar la salud, él tiene varias y quiere seguir plasmándolas en herramientas o técnicas de utilidad para los pacientes. “La neurocirugía tendrá todavía unos 50 años por delante donde la intervención humana sea fundamental. Después, quizá la robótica nos supere”.

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