Jóvenes en la investigación: una reflexión al futuro

A Ciencia cierta
21 de febrero de 2006
Mireya Moya*

Al hacer una reflexión sobre las coincidencias encontradas entre los jóvenes que asistimos a la Primera Reunión de Prospectivas Cientí­ficas y Tecnológicas a partir de sus jóvenes cientí­ficos (entre 30 y 40 años), llevada a cabo la semana pasada en Jalisco y auspiciada por la Academia Mexicana de Ciencias y la Universidad de Guadalajara, podrí­amos concluir que no hay hallazgos en cuanto a nuestro análisis: la falta de recursos para la investigación (y en realidad para la edu-cación en todos sus niveles) se refleja en las distintas realidades que vivimos.

Hacer evidente nuestra realidad (y demandas) como cientí­ficos y vincularla con la sociedad es una de las reflexiones a las que llegamos.

Un ejemplo de nuestra cotidianeidad es la limitada oferta laboral que se traduce en la no generación de nuevas plazas de investigación en los centros de Educación Superior (la UNAM, espejo del paí­s, ha tenido un decremento significativo en el número de plazas nuevas, en particular, en el 2005).

La falta de recursos y oportunidades (sostenida de manera brillante en este sexenio: empezamos con 0.42 y terminamos con 0.33 por ciento del PIB para educación y ciencia) nos indica que el envejecimiento de la planta de académicos-investigadores (edad promedio 55 años) tenderá a mantenerse (o incrementarse).

El desarrollo de la investigación por parte de las actuales generaciones de jóvenes no es, por ende, halagador (sin recursos para desarrollarla, sin plazas, con menos alumnos de posgrado que formar(, pero es el futuro de nuestro paí­s, representado en las nuevas generaciones el que se vislumbra crí­tico.

Cambiar el rumbo no es tema de discusión, sino de coincidencia, pero, en lugar de apostarle a convencer al gobierno federal de que debe de invertir en educación y ciencia creo que nuestra reflexión, auspiciada por las palabras del Ruy Pérez Tamayo, fue encaminada a conminar esfuerzos para convencer a la sociedad civil para que sea ésta quien impulse, quien demande, quien exija que este paí­s invierta en educación y en ciencia.

Fue la concientización de la sociedad civil la que hizo que la segunda mitad del siglo pasado la comunidad cientí­fica diera pasos y no pereciera, ¡pese a todo y contra viento y marea!, como nos dijo (y convenció) el maestro Pérez Tamayo.

Es esta nuestra labor, colegas jóvenes (y no tan jóvenes), la de trabajar, y mucho para convencer a los niños, a los más jóvenes, a la sociedad en general. Que la sociedad demande lo que le demostraremos con trabajo, con dedicación, con amor a nuestro quehacer cientí­fico en beneficio de la misma. Conscientes, además, de que esta sociedad, nos demandará a su vez, tanto si abrimos espacios de concientización general, como si no los abrimos.

La tarea no es fácil, pero hacer realidad el sueño de construir nuevos episodios fundamentales para el avance y el crecimiento de la ciencia en nuestro paí­s lo vale.

*Investigadora del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM. En este espacio de la Academia Mexicana de Ciencias escriben integrantes de la comunidad cientí­fica. amcpress@servidor.unam.mx

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