El Ejecutivo federal y los premios de la Academia

Campus Milenio
27 de octubre de 2011
Alejandro Canales*

La agenda presidencial es complicada y en cuatro años no recibimos luz verde para hacerlo, por lo que el consejo directivo de la AMC decidió organizar la ceremonia, aun sin la presencia del presidente (quien avisó el lunes en la noche que no asistiría») (La Jornada,19/10/11).

Las palabras de explicación son del presidente en turno de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), Arturo Menchaca. La ceremonia mencionada se llevó a cabo el martes 18 de octubre, con la presencia del director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), Enrique Villa Rivera, en representación del Ejecutivo federal, el motivo fue la entrega de los premios de investigación que otorga la Academia.

El premio de la AMC se otorga a jóvenes investigadores con una trayectoria destacada (hombres menores de 40 años y mujeres menores de 43 años) en cinco áreas de las ciencias: exactas, sociales, humanidades, naturales, e ingeniería y tecnología. Una comisión, encabezada por el vicepresidente de la Academia, con ocho integrantes por cada área, se encarga de valorar las candidaturas y designar a los ganadores.

La agrupación científica considera que su premio de investigación es la distinción más importante que otorga (los galardonados reciben el reconocimiento y 100 mil pesos en efectivo) y también una de las más antiguas (se entregó por primera vez en 1961. Tradicionalmente el Ejecutivo federal, en la residencia oficial, entregaba las distinciones).

Sin embargo, desde 2008, como lo mencionó el titular de la AMC, el Ejecutivo federal no logró hacer un espacio en su agenda para entregar personalmente el premio. Los ganadores de los pasados cuatro años se fueron acumulando y de no realizarse la ceremonia de la semana anterior, de seguro la suma de premiados seguiría creciendo todavía más.

Es comprensible que la agenda del presidente esté saturada con múltiples y variados asuntos que demandan urgente atención, pero es difícil entender que en tres o cuatro años no lograra hacer un espacio en sus ocupaciones para entregar los premios. La actitud presidencial puede considerarse más bien como una muestra de desdén por la actividad de investigación o por la organización que dictamina los premios, o incluso por ambas.

Sería muy lamentable que fuera lo primero: un desinterés por la investigación de jóvenes promesas. Recuérdese que este tipo de reconocimientos de la Academia son para científicos jóvenes que realizan investigación de punta y cuya trayectoria está, en buena medida, por delante. Tal vez un pequeño impulso a sus carreras bastaría para asegurar mejores resultados en el corto plazo.

Pero también sería grave que el conflicto estuviera localizado con la principal agrupación de científicos en el país. La AMC concentra el mayor y más importante número de investigadores en el país: en la actualidad aglutina a 2 mil 272. La organización, con régimen de asociación civil, acaba de cumplir 52 años de existencia.

Originalmente, la agrupación se denominaba Academia de la Investigación Científica y sólo incluía a científicos de las áreas de conocimiento de las ciencias naturales y exactas. A partir de 1997 cambió a la denominación actual y amplió el ingreso a investigadores de las áreas sociales y de humanidades. Quizá a ello se debe que los titulares de la organización, con contadas excepciones, han sido solamente científicos provenientes de las áreas naturales y exactas.

La relación entre el gobierno federal y la AMC no ha sido tersa, particularmente en la década anterior. A propósito de la suficiencia de los recursos financieros para investigación básica, los espacios de interlocución o algunas iniciativas en marcha (los fondos competitivos o los incentivos fiscales), los desencuentros públicos se han hecho manifiestos.

Sin embargo, independientemente de los asuntos polémicos, podría decirse recientes, lo cierto es que la AMC es una organización importante para la gobernanza del sistema científico y tecnológico. Sin duda, ha tenido responsabilidad en la instauración de programas decisivos (becas o el Sistema Nacional de Investigadores), en las reformas del marco normativo de la actividad o en la integración del programa sectorial. No puede ser ignorada.

Tampoco es la primera vez que el Ejecutivo federal se muestra con poca disposición para entregar reconocimientos. La ceremonia de los premios Nacionales de Ciencias y Artes se han retrasado por meses y el Premio México de Ciencia y Tecnología, que también es anual, se ha diferido hasta por un año. Claro, en ningún caso la renuencia se llevó cuatro años.

También vale la pena recordar la escasa asistencia del Ejecutivo federal, tanto en la administración anterior como en la actual, a las sesiones del Consejo General de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, el máximo órgano de política y coordinación del sector que encabeza el propio presidente.

Entonces, como lo hemos comentado aquí en otras ocasiones, convendría pensar en el esquema de funcionamiento del sistema y en que no puede tener como eje una figura presidencial omnisciente y omnipotente.

UNAM-IISUE/SES. canalesa@servidor.unam.mx


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