El Sol de México
27 de mayo de 2010
Héctor Luna de la Vega
Organización Editorial Mexicana
El pasado 6 de mayo se hizo la presentación del Manual de Estadísticas de Patentes de la OCDE, texto patrocinado, además por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico de la oficina Española de Patentes y Marcas y del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio de España. En las denominadas solicitudes y concesiones queda manifiesta nuestra abismal pobreza en el número de solicitudes y la concesión de las mismas, ocupando México el último lugar de la OCDE con relación a nuestro PIB y el penúltimo en la correlación de patentes por millón de habitantes.
De la familia de las denominadas patentes tríadicas, de nivel internacional, ni siquiera conseguimos cifra alguna en las generadas por país. En anterior colaboración aludí a la tabla de elementos detonantes de nuestra pobre competitividad, ante la falta de un esquema público-privado-social el cual permita elevar nuestro nivel competitivo. Ni siquiera en coinvenciones mejoramos nuestras pobres cifras.
Caben destacar dos elementos reflexionados por los participantes en cuanto a la posible eficiencia de nuestra base científica, tecnológica y de innovación: primero se señaló que debemos eliminar la pesada «tramitología» gubernativa al desarrollo de la inventiva y de sus patentes, y por otro lado, lograr un proceso más integral de los temas educativo, de investigación y aplicaciones prácticas, posibles y sustentables en los ámbitos empresarial, social y del sector público.
Dada su importancia, en lo relativo al término «valor de una patente» quiero profundizar acerca de su concepción, como valor económico «privado» y como valor «social» de la misma. En el primero como nicho de negocios de quien lo genera y el segundo como la contribución al acervo tecnológico de la sociedad.
Tanto el capital intelectual y el capital humano, como el capital del conocimiento y las patentes, son los disparadores primordiales de un desarrollo verdaderamente estratégico y de largo plazo de los países.
En el Foro algunos asistentes manifestaron su desacuerdo por las convocatorias emitidas recientemente por el Conacyt con la finalidad de derramar estímulos financieros para dinamizar la inventiva en la rama de Ciencia, Tecnología e Innovación. Las descalificaciones de los empresarios transmitieron una alta carga de decepción y sentido de engaño, al perderse un importante número de recursos del Erario federal por la inutilidad de los esquemas y la burocracia del Conacyt.
En la presentación se destacó la problemática de no existir el mecanismo o el órgano vinculador para la innovación, desconociéndose los avances globales sobre productos, servicios, organizaciones o esquemas de mercadeo, generándose con ello pérdidas de tiempo, dinero y esfuerzo. Destaca también la afirmación de Sergio Ulloa, presidente de la Asociación Mexicana de Directivos de la Investigación aplicada y el desarrollo Tecnológico (Adiat), quien señaló: «en otros países las empresas y las universidades no son enemigas, son amigas de siempre y saben que el conocimiento se genera en los centros de investigación universitaria.»
Asimismo, Sergio Gracilazo, coordinador de Investigación de la Escuela de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Panamericana, expresó: «hace falta una vinculación de institutos de investigación superior con el sector productivo… pero en otros países se logra esa vinculación.»
Así surgió la propuesta de Rosaura Ruiz Gutiérrez de la Academia Mexicana de Ciencias, «somos el país en la OCDE que ocupa el primer lugar en dependencia económica, porque nada producimos»… «debe haber una instancia de mayor jerarquía como una Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e innovación»; «el Gobierno apoya a los científicos, pero no se les utiliza».
Ante la frustración por el mal desempeño de Conacyt, me preocupa no tanto la «numeralía» y la jerarquización de nuestro posicionamiento en la materia, me preocupa mi país.
hectorluna@cablevision.net.mx