Los cientí­ficos jóvenes formados en el extranjero en el desarrollo de México

A Ciencia cierta
24 de enero de 2006
José Bernardo Rosas-Fernández*

Cada año, cientos de jóvenes mexicanos egresan de postgrados tanto en México como en el extranjero. Sin embargo, la OCDE reporta a México en los últimos lugares tanto en formación de doctores como en número de investigadores por habitante. A esto se aúna la falta de integración de muchos de estos recursos humanos al sistema cientí­fico e industrial mexicano.

En el caso de los jóvenes cientí­ficos formados en el extranjero, éstos se benefician de estudiar en paí­ses que mantienen una alta inversión económica en desarrollo cientí­fico, y cumplen normalmente una excepcional labor, evolucionando de estudiantes a destacados investigadores dentro de las mejores instituciones del mundo. Adicionalmente, se enriquecen culturalmente y se percatan, como éstos y paí­ses cientí­ficos emergentes (como India y China) están fortaleciendo cada vez más sus sistemas cientí­ficos y tecnológicos, mientras que México desaprovecha a sus destacados investigadores hundiéndose en la dependencia cientí­fica y tecnológica.

Nuestros lí­deres polí­ticos justifican la poca inversión en ciencia y tecnologí­a con la falta de una reforma fiscal -indiscutiblemente necesaria para el paí­s-, pero destinan recursos a áreas tal vez no tan prioritarias, tales como pagos adelantados de deuda interna o gastos en publicidad polí­tica. Con estos millones de pesos se podrí­an equipar laboratorios del paí­s, crear plazas, compañí­as de innovación o repatriar más cientí­ficos mexicanos.

Adicionalmente, las empresas desconfí­an para invertir o desarrollar tecnologí­as mexicanas, y gastan mucho más en publicidad deportiva y fundaciones caritativas. Por esto, muchas empresas transnacionales han sido las favorecidas por los estí­mulos fiscales para ciencia, aunque muchas no dejen en claro los beneficios para México.

La mayorí­a de estudiantes en el extranjero que he tenido el orgullo de conocer desean regresar por lazos familiares y culturales pero, sobretodo, para ayudar al desarrollo del paí­s. Esto a pesar de expectativas de bajos salarios y ofertas no cumplidas. Sólo una minorí­a deseaba integrarse a otra cultura o emigrar por habarse casado con extranjeros.

En contraste, los paí­ses desarrollados tienen leyes para captar cientí­ficos emigrantes, ofrecen salarios competitivos, y sobretodo, ofrecen desarrollo cientí­fico y humano a largo plazo teniendo laboratorios y bibliotecas con gran infraestructura para investigar. Debido a esta falta de apoyo y planeación, algunos de estos jóvenes (y otros formados en México) caen en la emigración cientí­fica o abandonan la ciencia.

Por esto, es urgente e imprescindible que se realice una campaña de conciencia nacional para promover la importancia de la polí­tica cientí­fica y tecnológica donde México aproveche mejor a sus cientí­ficos jóvenes.

El primer paso es aumentar la inversión pública a niveles internacionales, planificar y administrar proyectos nacionales e internacionales (cooperación no dependencia) multi-anuales con eficacia y transparencia, ayudando a crear empresas mexicanas de tecnologí­a para reducir gastos de operación, aumentar empleos y exportaciones. En pocas palabras: negocio con desarrollo.

En el futuro, no deseo imaginarme un México más dependiente de productos extranjeros donde la ciencia es la ventaja competitiva. Prefiero imaginarme un México en los próximos decenios donde la ingenierí­a, la nanotecnologí­a, la biotecnologí­a, entre otras, sean algunos de los motores de la economí­a mexicana.

Para las próximas décadas ¿usted qué México prefiere?

* Coordinador para México, St. Catharine’s College, Universidad de Cambridge, RU. En esta columna de la AMC escriben integrantes de la comunidad cientí­fica.

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