Campus Milenio
19 de marzo de 2009
Alejandro Canales*
La visibilidad pública del reciente foro realizado en México para valorar los avances en materia de políticas científicas y tecnológicas en América Latina y el Caribe, se debió más al desencuentro entre los titulares del Conacyt y de la Academia Mexicana de Ciencias, que por el objetivo mismo del encuentro. En junio próximo se cumplirán diez años de la Conferencia Mundial sobre la Ciencia para el Siglo XXI: Un Nuevo Compromiso, y lo más importante tendría que ser el corte de caja de la región.
La pujanza con el emblemático cambio de siglo y de milenio que asomaba al final de la década pasada, y que hoy parece languidecer con la recesión, fue motivo suficiente para valorar los pendientes y trazarse un horizonte de mediano plazo en diferentes áreas de la vida social y de la cooperación internacional. En ese marco, con el auspicio de la UNESCO y el Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU), se realizó la Conferencia Mundial sobre la Ciencia en Budapest, Hungría, en junio de 1999, con el fin, se dijo entonces, de impulsar a los países miembros a asumir un compromiso y una estrategia para la ciencia que correspondiera a la sociedad del siglo XXI. Eran los albores del cambio de centuria y había grandes expectativas por lo que vendría.
Los resultados de la conferencia quedaron plasmados en dos documentos: Declaración sobre la Ciencia y el Uso del Saber Científico, y Marco General de Acción.Ambos textos, en su momento, fueron tomados con gran optimismo y considerados como un gran paso para valorar la importancia de la actividad científica en el futuro y en el desarrollo de las naciones, lo mismo que la cooperación entre países desarrollados y los que están en desarrollo.
Las apreciaciones sobre los documentos no solamente derivaron de su contenido, sino también del procedimiento para elaborarlos. A diferencia de los grandes encuentros que culminan con la firma de un pronunciamiento importante pero muy general, la conferencia de 1999, previa y posteriormente, llevó a cabo un proceso de consulta con los Estados miembros y asoció más de medio centenar de encuentros para enmendar y enriquecer el documento.
En general, la declaración, después de una larga serie de puntos introductorios y consideraciones sobre los beneficios y los peligros inminentes de la actividad científica, así como de su importancia y desigual apropiación entre las naciones, agrupó en cuatro enunciados los principios que sugería para la actividad científica de este siglo.
Por ejemplo, el primer enunciado era: “la ciencia al servicio del conocimiento; el conocimiento al servicio del progreso”, en donde precisaba la función de la actividad científica (producción de nuevos conocimientos y orientada hacia los problemas), pero también advertía la importancia de las políticas nacionales para aligerar las tensiones entre lo público y lo privado: “la investigación científica financiada por el sector privado se ha convertido en un factor clave de desarrollo socioeconómico, pero no puede excluir la necesidad de la investigación financiada con fondos públicos. Ambos sectores deben colaborar estrechamente y considerarse complementarios para financiar las investigaciones científicas que persigan objetivos a largo plazo”.
O bien, el principio de “la ciencia al servicio de la paz”, buscando la cooperación entre científicos para la seguridad mundial y para resolver las causas y los efectos de los grandes conflictos. Lo mismo que el punto medular del documento: “la ciencia al servicio del desarrollo”, sobre todo por su llamado a establecer políticas nacionales a largo plazo, elaboradas y consensuadas con los diferentes actores, para posibilitar la construcción de capacidades en materia científica y tecnológica, tanto como la cooperación en investigación y desarrollo, entre otros aspectos.
La suscripción de los documentos en aquel entonces fue recibida con beneplácito porque, por primera vez, a gran escala, se proponía cambiar el enfoque y principios a una ciencia al servicio de un desarrollo sustentable, incluyente, interdisciplinaria, de cara a la sociedad y éticamente comprometida. También porque se asumía el compromiso de promover políticas nacionales de largo aliento para instaurar y fomentar las capacidades y la cooperación, tanto en el interior como entre naciones. Además, de los principios, también se elaboró un Marco General de Acción, el cual, como su nombre lo indica y a través de casi un centenar de posibles sugerencias, era un referente para el diseño de las iniciativas.
Al foro de la semana pasada le correspondía una valoración de qué tanto se avanzó en la región en estos diez años. Desafortunadamente, ni por sus repercusiones mediáticas ni por los informes, las noticias son alentadoras, menos en el actual clima de recesión. Ya estamos por concluir la décima parte de este siglo, estamos ante el vértigo de la incertidumbre y todavía estamos por acordar lo elemental. Ya volveremos sobre el tema.
* UNAM-IISUE/SES.
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