Jóvenes científicos y falta de oportunidades

Cambio de Michoacán
13 de noviembre de 2007
Gina Margarita Monreal Vázquez

«México, igual que muchos otros países, carece de científicos y de ingenieros, entre otras carreras y otras formaciones necesarias para el desarrollo integral», declaró Josefina Vázquez Mota, secretaria de Educación Pública, el pasado jueves en el marco del Fórum Universal de las Culturas.

Aunque comparándonos con algunos países desarrollados no tengamos un número suficiente de científicos, quizá habrá que echar un vistazo al número de universitarios que egresan de las diversas instituciones de nivel superior y de aquellos que siguen preparándose sin obtener un trabajo relacionado con su área. Aunque una gran cantidad engrosa el número de los que prefieren brindar sus conocimientos en otros países debido a la falta de oportunidades en el suyo.

Es posible que a esto último se deba la carencia de científicos en el país, ya que en ocasiones el trabajo de los jóvenes científicos se limita al que realizan en las aulas como parte de proyectos que deben presentar para pasar las asignaturas correspondientes. Pero al finalizar su carrera se enfrentan a la falta de oportunidades no sólo para trabajar sino para seguir realizando investigaciones que les permitan «contribuir al desarrollo de México», como declaraba Vázquez Mota.

El problema de la falta de oportunidades a jóvenes investigadores no es privativo de este país. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) titulado «Trabajo decente y juventud en América Latina», hay 106 millones de jóvenes. 58 millones forman parte de la fuerza laboral, diez millones están desempleados y 30 millones trabajan en la economía informal. Otros 48 millones están inactivos es decir no tienen ni buscan empleo.

«Del total de la población de jóvenes, unos 49 millones estudian. De éstos, trece millones estudian y trabajan, cuatro millones estudian y buscan pero no consiguen trabajo, y 32 millones sólo estudian y no buscan trabajo», apunta en el texto Juan Somavia, director general de la OIT.

Contar con licenciatura, maestría, doctorado o publicar en revistas especializadas no garantiza a los jóvenes un trabajo seguro. Muchas personas consideran que es mejor hacer caso al dicho «bueno por conocido que malo por conocer», y en este caso se considera que la falta de experiencia en el campo laboral es sinónimo en los jóvenes de que no tienen la capacidad de realizar un trabajo digno.

Es así que los jóvenes, que también deben comer, buscan un empleo que les permita el sustento muchas veces en «lo que caiga», por lo que se puede encontrar a profesionistas manejando camiones, como cajeros en supermercados, o bien en comercio informal.

Otros más se apoyan en estas opciones sin dejar de lado su trabajo investigativo, realizan proyectos que presentan en diversas instituciones y empresas para que sean apoyados, muchas veces sin éxito. Unos más se mantienen de sus becas.

Muchas veces la solución es esperar a que un científico muera para poder obtener una plaza, eso con el problema de que alguien más pueda ocuparla gracias a que está bien relacionado con algún funcionario o sea su pariente.

«Se autoemplea o muchas veces termina de profesor en alguna secundaria o deprimido», dice Octavio Paredes López, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias.

Los científicos jóvenes tienen en promedio de 30 a 40 años. Esto se debe a que para ser investigador hay que estudiar en promedio 24 años.

El 15 de enero de este año se firmó el Decreto del Programa por la Generación del Primer Empleo. En el evento Felipe Calderón Hinojosa, presidente de la República, señaló que a través de este programa se otorgarán estímulos a quienes generan empleo, a fin de que contraten a jóvenes y a mujeres que ingresan por primera vez a la vida productiva y al mercado laboral.

El Legislativo autorizó para su arranque tres mil millones de pesos, además de que el gobierno federal se comprometió a la creación de nuevos puestos de trabajo mediante la cobertura durante doce meses, hasta el cien por ciento de las cuotas al Instituto Mexicano del Seguro Social, derivadas de la contratación de nuevos trabajadores.

«Ha quedado claro para el gobierno que los jóvenes demandan, más que cualquier otra cosa, un empleo al terminar sus estudios y hoy damos un primer paso para lograrlo. Los mexicanos quieren tener un empleo seguro, con capacitación, con prestaciones».

El programa, además, para que los empleos que se creen con él sean estables ya que exigirá la permanencia del trabajador en la empresa y en su puesto de trabajo al menos por un lapso de entre 10 y 21 meses continuos.

Quizás este programa pudiera ayudar a que un mayor número de empresas abran sus puertas a las propuestas jóvenes en el área de la ciencia y la tecnología. Pero aún falta pensar qué pasa con instituciones especializadas como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en donde es necesario cubrir requisitos exhaustivos para poder aspirar a pertenecer al Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

Poco más del diez por ciento de los científicos de México son jóvenes, el resto tiene en promedio de 55 a 70 años de edad.

Estos científicos prefieren no jubilarse ya que de hacerlo recibirían muy poco sueldo, debido a que una vez jubilados pierden las becas porque ya no están produciendo investigación, lo que genera que se cierre aún más el campo de trabajo para los jóvenes.

Mientras los investigadores maduros estiran lo más posible su productividad académica, los jóvenes egresados de doctorado, con 30 a 32 años, esperan a veces años para conseguir una plaza en el país y llegan a los 37 años en promedio, como candidatos al SNI.

En junio de 2007 el matemático José Antonio de la Peña, director adjunto de Desarrollo Científico y Académico de Conacyt declaró para el diario Reforma: «Con seguridad este año, por ahí de agosto, tendremos un plan para abatir este problema, que tiene muchas aristas y cuyo cambio en los promedios de edad comenzará a reflejarse a mediano plazo».

Adelantó que el plan contempla una revisión de las limitadas condiciones de jubilación para los científicos maduros y una planeación regional para la creación de plazas académicas para los jóvenes investigadores.

«Es cierto que faltan plazas, pero también hay vacantes en universidades públicas de provincia que no interesan a los jóvenes, a veces porque falta infraestructura. La estrategia de Conacyt contempla un impulso regional que sume los intereses científicos y las necesidades regionales del país».

Jubilarse, dice Juan Pedro Laclette, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), significa una reducción de tres cuartas partes de los ingresos además de quitar algunas prestaciones.

De no hacer algo al respecto los jóvenes continuarán buscando opciones en otros países, contribuyendo así a la fuga de cerebros.

En los últimos 40 años, más de un millón 200 mil profesionales de la región de América Latina y el Caribe emigraron hacia Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido. De Latinoamérica han emigrado como promedio más de 70 científicos por día, durante 40 años, según la nota escrita por Fidel Castro Ruiz, presidente de Cuba.

En la página de la Embajada de Cuba en México, Castro apunta que en los últimos años la promoción de esta emigración se ha convertido en una política oficial de Estado en varios países del norte, con incentivos y procedimientos especialmente diseñados para ese fin.

«El Acta para la Competitividad Americana en el Siglo XXI, aprobada por el Congreso de Estados Unidos en el 2000, incrementó las visas para trabajo temporal, conocidas como H-1B, de 65 mil a 115 mil en el año fiscal 2000, y después hasta 195 mil para los años 2001, 2002 y 2003.

El objetivo de este incremento fue promover el ingreso a Estados Unidos de inmigrantes altamente calificados que pudieran cubrir puestos en el sector de la alta tecnología. Aunque esta cifra se redujo a 65 mil en el año fiscal 2005, el río de profesionales hacia ese país se ha mantenido inalterable».

Medidas similares fueron promulgadas por el Reino Unido, Alemania, Canadá y Australia. Este último país desde 1990 priorizó la inmigración de trabajadores altamente calificados, fundamentalmente en sectores como la banca, los seguros y la llamada economía del conocimiento, puntualiza.

Lo cierto es que de no haber una política que permita regular situaciones como la falta de oportunidades, becas, plazas, jubilaciones, entre otras situaciones, los jóvenes preferirán llevar sus conocimientos a un país que les garantice un nivel de vida digno.

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