Termómetro
10 de octubre de 2007
Dr. César Alvarez Pacheco
cesar_ap@hotmail.com
El tema del fraude, de cualquier índole, ha sido objeto de númerosos artículos, informes, denuncias y de extensos ensayos. Este hecho, en la actualidad ha despertado el interés de políticos (aún de candidatos), de universidades e institutos, de psicólogos y sociólogos. El debate en el tema, como sería de esperarse, se ha polarizado entre quienes pretenden que este acto es algo excepcional en el ámbito de la ciencia y aquellos que señalan que es más frecuente de lo que se piensa y no sólo eso, sino que tal parece que va en aumento.
Sorprende que en nuestro país este implacable tema no ha sido estudiado por instituciones como el CONACYT o la AMC y que los pocos casos que han salido a la luz no se les ha concedido la importancia que merecen. El tema sigue siendo de actualidad, tanto más cuanto desde entonces han aparecido numerosas denuncias de fraude científico o corrupción en los más importantes medios de comunicación científica, como las revistas inglesas «Nature» y «Science» y que siguen publicándose ensayos y libros que analizan con preocupación el fenómeno. Aún más, en los países científicamente desarrollados ya se han establecido oficinas y comités encargados de analizar y sancionar las conductas impropias de los investigadores, mientras que en otros como el nuestro, no se le ha otorgado la atención que merece.
La mentira, hermana del engaño y prima del fraude, son situaciones de falta a la verdad, éticamente reprobables y pueden adquirir dimensiones legalmente punibles; ni qué decir de su pariente en común: la corrupción.
En nuestra sociedad moderna y globalizada, estamos cada vez más inmersos en la mentira, el engaño, el fraude y la corrupción. Baste con echar una mirada al panorama mundial de los últimos años para valorar la enormidad de la mentira en los sucesos del medio oriente; en los sucesos de Asia, las de los líderes europeos, en la política estadounidense, las de la situación latinoamericana y qué decir de lo que ocurre en nuestro país, inmerso en la mentira y simulación cotidiana.
Por ejemplo, los bombardeos publicitarios en contra que ha sufrido el IMSS en las últimas semanas, por la modificación de 50 cláusulas del sindicato que realmente por una malversación de fondos que se viene arrastrando años atrás, en la actualidad genera un caos con los trabajadores; o recientemente la cancelación del examen nacional para aspirantes a residencias médicas, por presunta venta del mismo, que no es un hecho reciente, sino de muchos años atrás, sin embargo, por algún inconforme este tema sale hoy a la luz, al igual que los culpables que lucrativamente se dedican a preparar y fomentar la corrupción en los profesionistas de tan delicada rama como lo es la salud.
Tal parece que la verdad se encuentra relegada a la penumbra de la que, de cuando en vez, intelectuales y periodistas honestos la sacan a la luz (cuando éstos tienen libertad de expresión y no cuando están sujetos al «apuntador»). En el ámbito comercial y en los medios de comunicación se recurre sistemáticamente al engaño. En los anuncios comerciales es práctica común y en los medios de comunicación se recurre a ello para llamar la atención del público incauto. En las grandes corporaciones donde se manejan miles de millones de dólares se dan los fraudes cada vez con mayor frecuencia, por razones más que obvias.
Las aportaciones gigantescas de los genios científicos, desde Galileo hasta Einstein, nos han deslumbrado y por ello permanecen como íconos intocables del saber humano. Nadie podría dudar de su precisión y honestidad, pero investigadores modernos han descubierto que no fueron ajenos a los ajustes, al plagio y aún a la mentira. Desde Ptolomeo a Galileo, de Newton a Mendel, de Pasteur a Freud, se han encontrado partes turbias y reprobables de su quehacer científico. En todo el mundo ha sido muy difícil cuantificar el número de casos de conducta inapropiada de investigadores científicos y como se ha mencionado anteriormente, existe un grupo de intelectuales que opinan que se trata de hechos aislados, pero frecuentes y de personas con serios trastornos mentales, o personas realmente brillantes; mientras que otros señalan que estos hechos han aumentado progresivamente, acumulándose en los últimos años, creando verdaderas industrias millonarias, gracias a la corrupción que existe y se propaga como una plaga incontrolable.
De cualquier forma, en los países desarrollados y en las mejores revistas científicas se cuenta con mecanismos y sistemas para descubrir y prevenir el fraude científico, pero en nuestro país es prácticamente imposible conocer estos hechos, cuantificarlos y, menos aún, exponerlos.
La única forma de tener una idea de cuál es el problema en México es a base de anécdotas, las que surgen en forma esporádica y, muchas veces, mal fundamentadas. La experiencia personal, aunque subjetiva, puede ser de gran utilidad para conocer nuestra realidad.
Sería recomendable que el CONACYT y/o la Academia Mexicana de Ciencias establecieran un comité especialmente dedicado al estudio y escrutinio de cualquier tipo de «estafa» científica. En esta forma y con la autoridad de esas instituciones, sería posible presionar a los directores o jefes de las universidades e institutos para que ejerzan alguna acción académica o legal, correctora o punitiva, contra el científico infractor.
Esto es una actividad que urge fomentar en nuestro medio antes de que la impunidad prevaleciente pueda favorecer el ejercicio inmoral de la ciencia en nuestro ámbito.