Reforma
7 de junio de 2007
Patricia López
Critican expertos falta de plazas para jóvenes y las jubilaciones indignas
Ciudad de México.- Científicos que llegan con 48 años de edad a los niveles consolidados del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y jóvenes egresados de doctorado que no encuentran trabajo, forman el contraste principal entre los académicos mexicanos, cuya planta envejece sin desarrollar una fórmula para renovarse.
Mientras los investigadores maduros estiran lo más posible su productividad académica, los jóvenes egresados de doctorado, con 30 a 32 años, esperan a veces años para conseguir una plaza en el País y llegan a los 37 años en promedio, como candidatos al SNI.
Consciente del problema, el matemático José Antonio de la Peña, director adjunto de Desarrollo Científico y Académico del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), destaca que revertir este envejecimiento es un asunto «sustantivo» para el organismo.
«Con seguridad este año, por ahí de agosto, tendremos un plan para abatir este problema, que tiene muchas aristas y cuyo cambio en los promedios de edad comenzará a reflejarse a mediano plazo», advierte.
El funcionario adelanta que el plan contempla una revisión de las limitadas condiciones de jubilación para los científicos maduros y una planeación regional para la creación de plazas académicas para los jóvenes investigadores.
«Es cierto que faltan plazas, pero también hay vacantes en universidades públicas de provincia que no interesan a los jóvenes, a veces porque falta infraestructura. La estrategia de Conacyt contempla un impulso regional que sume los intereses científicos y las necesidades regionales del País», avanza.
Los 12 mil miembros del SNI tenían 45.8 años de edad en promedio en el 2000. La edad aumentó a 48 años en 2007, mostrando a un gremio casi inamovible, con una dinámica propia para formar nuevas generaciones científicas que contrasta con una política estática.
El problema tiene dos caras, reconoce De la Peña; por un lado está la jubilación, con cuotas establecidas por el ISSSTE de 11 salarios mínimos, que resulta muy poco para científicos de trayectoria que cuentan con prestaciones acumuladas por su antigí¼edad y sus méritos.
«Jubilarnos significa una reducción de tres cuartas partes de los ingresos y quitarnos varias prestaciones», advierte el biomédico Juan Pedro Laclette, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC). «Esto motiva que muchos académicos sean retenidos en las instituciones y que haya un menor recambio del que se lograría con un plan apropiado de retiro».
Del otro lado del problema, De la Peña ubica la presión de los jóvenes investigadores que han terminado estudios doctorales en México y el extranjero, y buscan empleos, casi siempre, en instituciones educativas públicas.
«En las universidades y centros de investigación hay pocas plazas, pero aún concentran la escasa oferta laboral porque la industria en México casi no contrata científicos de alto nivel como sucede en países desarrollados», añade De la Peña, también secretario ejecutivo del SNI.
El escaso presupuesto para ciencia y tecnología (0.37 por ciento del Producto Interno Bruto) y la falta de una política de Estado en la materia también inciden en el problema.
«La planta científica y tecnológica de México debería ser, al menos, cinco veces más grande que la actual; así habría oportunidad de contratar a los jóvenes sin presionar la salida de investigadores maduros», agrega Laclette.
Para la bióloga Rosaura Ruiz, secretaria de Desarrollo Institucional de la UNAM y vicepresidenta de la AMC, el problema central está en la falta de una política federal para el sector.
«Conacyt da becas para formar investigadores y después la Secretaría de Hacienda no crea las plazas para contratarlos. ¿Cómo es posible que se tomen decisiones sin coherencia?».
Ruiz subraya que para los investigadores maduros el retiro no es digno, pues a la reducción de su sueldo a un 25 por ciento, se suma la pérdida del seguro médico cuando más lo necesitan.
«Además están las implicaciones de dejar de ser productivos cuando se tienen muchos años de conocimiento, capacidad de trabajo y grupos consolidados de estudiantes», destaca.
Ruiz evalúa que este panorama desanima a los jóvenes, quienes cada vez piensan menos en dedicarse a la investigación científica.
Coordinador del Atlas de la Ciencia Mexicana, el físico José Luis Pérez Angón, del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del IPN, mide la «edad académica» de los investigadores, que es el número de años transcurridos después de la obtención del grado más reciente.
«Hace 15 ó 20 años la edad promedio era de 14 años, y ahora es de 10. Esto significa que el número de investigadores jóvenes que están ingresando a la planta académica es cada vez menor», destaca.
Mientras, la tarea de los investigadores maduros es mantener la productividad.
«Ahí hay buenas noticias. En los últimos 5 años subimos del sitio 31 al 27 en la producción global de artículos científicos, porque aún sin nuevos investigadores, la planta actual es muy activa y ha incrementado de manera sustancial su producción cada año».