Biofertilizante y costos en el maí­z

Cambio de Michoacán
25 de abril de 2006
Redacción

Ricardo Cerón Plata

Luego de casi 20 años de haber comenzado sus investigaciones con la bacteria azospirillum, un grupo cientí­ficos mexicanos, encabezado por Jesús Caballero Mellado, logró desarrollar un biofertilizante capaz de incrementar la productividad de los cultivos del maí­z y evitar daños a la ecologí­a, al disminuir el uso de los fertilizantes minerales.

Caballero, adscrito al Centro de Ciencias Genómicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explicó que con el empleo de este fertilizante también se reducen considerablemente los costos de producción del maí­z, dado que los agricultores no deben comprar grandes cantidades de biofertilizantes minerales.

Hecho destacable, desde el punto de vista del investigador, dado que hay muchas regiones del paí­s donde los agricultores no pueden obtener buenas cosechas debido a la falta de recursos económicos para comprar fertilizantes minerales, productos que tienen un alto costo en el mercado y de difí­cil transportación en las zonas rurales de México.

A partir de esta investigación denominada Optimización de la producción y evaluación de biofertilizantes a base de azosporillum para el cultivo del maí­z y otras gramí­neas, que se encuentra en la lista de Casos de í‰xito de la Ciencia Mexicana, elaborada por la Academia Mexicana de Ciencias, los especialistas universitarios buscan contribuir en mejorar las condiciones de vida de los campesinos mexicanos, al incrementar las cosechas y bajar los costos de los procesos de producción.

Caballero Mellado recordó que esta investigación comenzó a desarrollarse a principios de la década de los 80, con el aislamiento de la bacteria azospirillum, con el fin de conocer las especies de plantas con las que se asociaba, así­ como sus mecanismos de acción, que permití­a asociarse con la planta y ayudarla a desarrollarse.

Entre 1985-1990, abundó, se realizó la selección de cepas de azospirillum con mayor capacidad para promover el crecimiento de las plantas y aumentar el rendimiento del maí­z y trigo.

A pesar de los escasos recursos económicos de los que disponí­an, resaltó Caballero, en ese periodo se logró obtener las condiciones óptimas para la producción del biofertilizante a nivel laboratorio, logrando resultados positivos consistentes en la producción de granos con la aplicación de azospirillum.

«Recuerdo que en tres ocasiones el Conacyt aprobó el proyecto, pero la ‘cartera financiera’ no alcanzaba para apoyarlo; fue en una cuarta ocasión a finales de los 80, después de cuestionar a una funcionaria sobre las aprobaciones y rechazos, cuando se otorgó un poco de financiamiento».

Caballero Mellado indicó que luego de haber creado el biofertilizante a nivel laboratorio, entre 1990 y 1995, su grupo cientí­fico se dio a la tarea de emplearlo en el campo, directamente con las familias de estudiantes hijos de campesinos, con lo que se consigue financiamiento de la entonces Secretarí­a de Programación y Presupuesto del Gobierno Federal, a condición de dar apoyo a grupos de ejidatarios.

Sin embargo, aclaró, esta etapa queda inconclusa de nueva cuenta por la falta de recursos económicos, y es hasta 1997 cuando se reinician los trabajos de estudio, con la reformulaciones de los medios de cultivo y condiciones de fermentación, para la producción a escala comercial.

El proyecto de estudio de la azospirillum como biofertilizante, precisó, se concluyó, por un lado, con el licenciamiento de la tecnologí­a que otorgó la UNAM en octubre de 2002, por diez años, a una empresa del sector privado, Asesorí­a Integral Agropecuaria y Administrativa (ASIA) y, por otro, con su comercialización y aplicación en varios miles de hectáreas de maí­z en diferentes estados del paí­s.

No obstante, este proyecto seleccionado por la AMC puede ser continuado para lograr mejorar varios aspectos que incidan en incrementos de la producción. «El proyecto global sobre uso de los microorganismos en la agricultura continúa desarrollándose en mi grupo, conformado por una técnica académica, una técnica laboratorista, una estudiante de licenciatura y tres estudiantes de doctorado».

Caballero Mellado explicó que los cereales como el maí­z, trigo y arroz son los principales cultivos de consumo por la población mundial, y otras gramí­neas como el sorgo y la cebada son aprovechadas para la alimentación y engorda de ganado o por la industria.

Estos cultivos, al igual que todos los vegetales, requieren para su crecimiento y producción de granos grandes cantidades de tres macronutrientes (nitrógeno, fósforo y potasio) y, desde la época de la llamada revolución verde, se les han suministrado, principalmente en los paí­ses desarrollados, cada vez en mayor cantidad, en forma de fertilizantes minerales para cubrir la demanda de alimentos.

No obstante, agregó, los costos ecológicos (contaminación de rí­os, lagos, lagunas y aguas subterráneas, así­ como la atmósfera), económicos (al solubilizarse los fertilizantes minerales son arrastrados, lixiviados, a capas inferiores del suelo fuera del alcance de las plantas y consecuentemente no los asimila; se pierde alrededor del 40-50 por ciento) y sociales, han conducido a cuestionar su uso, muchas veces irracional, y a buscar alternativas que sustituyan total o al menos parcialmente el uso de los fertilizantes minerales.

Sobre estas bases y conociendo del gran potencial biotecnológico de los microorganismos, destacó el cientí­fico de la UNAM, surgió la idea de explorar la posibilidad de emplear a la bacteria azospirillum como sustituto de los fertilizantes minerales.

En ese sentido, detalló que la bacteria azospirillum fue descubierta en asociación con las raí­ces de una planta forrajera de la familia de las gramí­neas, y posteriormente con el maí­z y otras plantas de interés agrí­cola.

Indicó que esta bacteria se conocí­a que era capaz de fijar el nitrógeno de la atmósfera (transformación del gas que constituye 79 por ciento de la atmósfera a formas de nitrógeno asimilables por las plantas como el amonio) y de producir substancias llamadas fitohormonas que promueven el crecimiento de las plantas.

La hipótesis de la que se partió, especificó, es que si la bacteria vive en las raí­ces de las plantas y ahí­ realiza la fijación de nitrógeno y produce fitohormonas, entonces la bacteria aportarí­a a la planta nitrógeno en forma asimilable y las fitohormonas estimularí­an el desarrollo de la raí­z, aumentando su superficie y la capacidad de absorción de agua y nutrientes del suelo, todo esto favorecerí­a el crecimiento de la planta y como consecuencia mayor rendimiento de los cultivos.

Tomado de la Agencia de Noticias de la Academia Mexicana de Ciencias, con autorización de los editores.

www.amc.unam.mx

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