Sismos en la Ciudad de México, II

A Ciencia cierta
28 de marzo de 2006
Zenón Jiménez y Luis Quintanar*

Los estudios de la sismicidad del valle muestran varios movimientos locales en la Ciudad de México. Así­, en agosto de 1959 ocurrió un sismo en Tlalnepantla, que derribó una casa de adobe y fue sentido con intensidad máxima de IV a V en la escala de Mercalli Modificada (M.M.); se reportó también la formación de una ¡falla! de 600 metros de largo.

En el margen oriente de la cuenca de México, en enero de 1973 se sintió un temblor con intensidad de VI en prácticamente toda la Ciudad de México, Texcoco y Tlalnepantla; el epicentro se ubicó en Texcoco y fue reportado con magnitud de 3.7.

Hay registros frecuentes de sismos con intensidades de hasta V M.M. en las colonias de El Capulí­n, Belén de las Flores, Las Palmas, Observatorio, Tacubaya y San Pedro de los Pinos; entre los sismos sentidos en esa zona destaca la secuencia sucedida del 4 al 10 de febrero de 1981.

Hacia el sur de la ciudad son frecuentes los sismos por debajo de la Sierra del Ajusco, como el de julio de 1974, a 4.5 km de Ciudad Universitaria (CU) y que produjo las aceleraciones más grandes registradas hasta la fecha por un sismo local.

Recientemente, ya inmersos en la época instrumental moderna, se han registrado dos importantes: en enero de 1995 en Milpa Alta (magnitud 3.9) y en octubre de 2005, en la región sur de la Ciudad de México (3.1); el epicentro fue localizado a 5 km al sur de CU.

La mayor parte de la actividad sí­smica local se concentra en los márgenes oriental, occidental y sur del Valle de México, incluyendo la zona urbana.

Lo que no se ha explicado del todo son sus causas; aunque es probable que tengan su origen en las antiguas fallas sí­smicamente activas que surgieron al formarse la cuenca y en la intensa actividad volcánica que existe en el Valle.

El motivo de esta falta de conocimiento se debe a varios factores: primero, la magnitud tan pequeña de los sismos locales (generalmente menor de 3.5) que los hacen muy difí­ciles de registrar. Segundo, el ruido de fondo de la ciudad, producido por los vehí­culos, industria, el viento mismo que mueve los edificios y en general las actividades de un centro urbano, que en caso de la Ciudad de México es muy grande y que provoca que las señales sí­smicas locales queden ¡enmascaradas! por este ruido urbano y no puedan ser detectadas con claridad.

* Investigadores del Instituto de Geofí­sica, UNAM. Espacio de opinión de la AMC.

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