Academia Mexicana de Ciencias
Boletín AMC/117/15
México, D.F., 18 de mayo de 2015
- La generación de este tipo de energía ha sido estratégica para la economía del país, un tema de estudio en las ciencias sociales que requiere profundizarse para observar con una perspectiva más amplia el conjunto nacional y sus vínculos con el mundo. Podría electrizar la historia mexicana
- Imagen del complejo generador de Necaxa, la primera gran instalación eléctrica en México en la primera década del siglo XX.
Foto: Griselda Guevara.
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Junto con la petrolera, dice el historiador Luis Aboites Aguilar, la industria eléctrica es uno de los protagonistas del cambio revolucionario que sufrió la vida social del mundo entero a partir de las últimas décadas del siglo XIX.
A la vuelta de siglo ambas industrias habían influido decisivamente en la esfera de la producción de bienes de la más variada especie -textil, construcción, minería- y de la prestación de servicios públicos y privados -transporte, provisión de agua, alumbrado-, especialmente en las localidades urbanas de mayor jerarquía.
De igual modo la vida en los hogares y en las familias mostraba registro de esos cambios. En Estados Unidos los apellidos Rockefeller y Ford se vincularon con ese nuevo movimiento económico. Igual ocurrió con las empresas General Electric y Westinghouse en ese país, y con Siemens en Alemania. Eran nuevos ramos económicos, campos atractivos para los negocios privados, que muy pronto atrajeron la atención de los gobiernos.
“México no se quedó al margen de esas nuevas industrias, empresas, empresarios, empleados, trabajadores, lo mismo que nuevas rutinas, formas de trabajo y aun modificaciones drásticas del paisaje no sólo por la construcción de obras sino por la densificación del poblamiento. Piénsese en las implicaciones que traía consigo abrir un campo petrolero, construir un oleoducto, o bien construir una planta hidroeléctrica, ponerla a funcionar y tender las líneas de transmisión”, reflexiona el investigador de El Colegio de México.
Señala, sin embargo, que en nuestro país poco se ha estudiado como tal la electricidad, las formas de producción, de distribución y consumo, así como la electrificación, es decir, la expansión del servicio a ciudades y zonas rurales. Refiere que aún dependemos demasiado de un libro, La industria eléctrica en México, de Ernesto Galarza, publicado hace poco más de 70 años, en 1941. “En ese año, para ejemplificar, la mayoría de los mexicanos carecía del servicio eléctrico”.
Menciona que tomando como base el libro en cuestión pueden señalarse algunos aspectos de importancia en la historia de la electricidad en México, como:
Sus inicios se refieren a la construcción de pequeños generadores en empresas mineras, agrícolas y textiles hacia la década de 1880. A inicios del siglo XX, sin embargo, ocurre un cambio notable: surgen las grandes empresas especializadas en la producción de electricidad a gran escala que transmiten la energía a largas distancias, algunas de esas empresas son de capital nacional y otras de capital extranjero, con lo que muy pronto las pequeñas empresas son absorbidas por las grandes, como la Mexican Light and Power Company.
Ese movimiento empresarial se ve reflejado en la construcción de la primera gran instalación eléctrica, Necaxa, en la primera década del siglo XX. Dicho complejo de presas, lagos y generadores nació no para electrificar la zona aledaña sino para vender la energía a la zona minera de Pachuca, en Hidalgo, y para atender los requerimientos crecientes de la capital del país. “La historia siguiente de la capital no puede entenderse sin Necaxa, por lo pronto no nos explicaríamos los tranvías ni la obra de agua potable de Xochimilco”, resalta Aboites.
Además de Necaxa surgen empresas en otros lugares del país. En 1909 empieza a construirse La Boquilla, sobre el río Conchos, en Chihuahua, cuyo propósito era hacer negocios con las empresas mineras –extranjeras- de la zona de Parral y de Santa Eulalia.
Durante los años más violentos de la revolución de 1910 la empresa anglocanadiense, con sede en Toronto, construyó una de las presas -de arco- más grandes y modernas del mundo en ese momento. Comenzó a funcionar en 1916. “¿Cómo pudo hacerlo en semejantes condiciones? Obviamente se trataba de sistemas eléctricos independientes”, apunta el miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, quien retoma la información del libro La industria eléctrica en México, para destacar que en la década de 1930, por la demanda de electricidad de las bombas de los pozos profundos de los agricultores laguneros, se hizo una interconexión entre la termoeléctrica lagunera y la hidroeléctrica de La Boquilla.
Otro aspecto es que la electricidad trajo consigo el surgimiento de nuevos servicios pero también de nuevos grupos sociales y de organizaciones, lo mismo que de nuevos saberes, oficios, especialistas.
“Llama la atención, por ejemplo, la historia de los enfrentamientos entre los tranviarios y los camioneros en la Ciudad de México en la década de 1920, que se disputaban no sólo el servicio público cotidiano sino también el futuro del transporte urbano. A la postre ya sabemos quiénes ganaron. Pero también surgieron sindicatos, ocurrieron huelgas, movilizaciones, y poco después una creciente inconformidad social por el pésimo y oneroso servicio que prestaban las grandes compañías eléctricas”, comenta el historiador.
La expansión del consumo eléctrico obligó a los gobiernos a tomar cartas en el asunto -añade. Primero para sacar provecho mediante impuestos a la actividad, más tarde para lidiar con los conflictos obrero-patronales y luego, ante las protestas del público que ya había hecho suyas las ventajas de la electricidad, para producir energía.
Recuerda Aboites Aguilar que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) nació en 1933 y que en 1937 empezó a funcionar debidamente; que en 1940 la CFE inició la construcción de su primera central eléctrica -la de Valle de Bravo, en el Estado de México. “Allí está la semilla de la nacionalización de la industria ocurrida 20 años después. Sólo por el creciente involucramiento gubernamental puede entenderse la construcción de Infiernillo entre 1959 y 1965, en el ahora alicaído Michoacán, y luego las sucesivas presas chiapanecas”.
Ya sin la referencia del libro de Galarza, el historiador indica que puede plantearse un problema historiográfico de primer orden que por desgracia continúa como asignatura pendiente: ¿Cómo se construyó la red nacional eléctrica?, ¿cuándo quedó terminada? “Esa red expresa el avance del mercado interno, da cuenta de la consolidación del Estado nacional no sólo por el control territorial que implicaba sino por su lugar como productor de una energía estratégica para la economía del país. No fue tarea fácil. Son frecuentes las quejas de productores y de los vecindarios por la falta de electricidad. De eso sabemos muy poco. Si hiciéramos una historia a fondo de la electricidad, tendríamos una nueva ventana para observar el conjunto nacional así como sus vínculos con el mundo. Podría electrizar la historia mexicana”.
Fabiola Trelles Ramírez.